lunes, 10 de julio de 2017

Noches de verano


La pasada noche, a las tres de la mañana, cuando todo el barrio dormía a pierna suelta, me despertaron, a mí y otros tantos/as seguro, unos berridos aflautados y puntiagudos de una panda de locas adolescentes con ganas de hacer amigos. Bien, me despierto, desvelo y enfado. Pasan los minutos y no parecen verse afectadas por lo solitario de la calle ni lo oscuro de la situación, muy al contrario, acogidas por la intimidad de la hora se dedican a contarse chismes (lo intuyo por la frecuencia sonora que sube y baja de intensidad según la categoría del cotilleo o el alcance de la confesión), chistes que son celebrados con sonoras carcajadas y entonar cancioncillas perpetradas con una dedicación y acierto digno de otro momento y situación.

Están lo suficientemente cerca como para distinguir cinco voces pertenecientes a cinco alegres gamberras y reconocer algunas palabras pronunciadas con notorio garbo. Pero cuando rendida ante la evidencia de que no voy a poder dormir intento engancharme a la conversación, cambian tono, cadencia y ritmo en la algarabía haciéndose imposible discernir nada congruente, dejando únicamente un murmullo atronadoramente inconexo.

Ni entiendo ni duermo ¿qué puñetas hago? Mientras las cándidas majaderas le han cogido querencia a mi calle y ya están establecidas pasando un ratito a la fresca tan divertido ¿hay algo que pueda hacer? Quizás si me levanto, saco la cabeza por la ventana, pego un buen grito y despierto al resto del vecindario que todavía no ha conseguido desvelar la alegre muchachada, las ahuyento y asunto arreglado. Puede que me salga bien la maniobra o quizás también puede que ante una reacción tan cívica como mandarlas a paseo a la tres de la mañana, las muchachitas se vengan arriba y coreen, con algún decibelio de más, el intercambio animado de mensajes cordiales que mantienen entre ellas haciéndose unas risas a mi costa. Además, es muy posible que mi presión arterial se dispare ante el esfuerzo de ponerme al nivel requerido para la ocasión y ante los frutos conseguidos con semejante trabajo brioso. O tal vez, puedo, de forma limpia y aseada, llamar al servicio policial ciudadano requerido para que tome cartas en el asunto. Esta posibilidad desaparece de mi cabeza con mayor rapidez que la anterior. Atenderán mi queja con pulcra educación antes de decirme de la forma más cívica posible que tienen otras cosas mejores que hacer que mandar a la cama a un grupo de inofensivas colegialas que dan por el riau ante la comprensión silenciosa de todo el concienciado y resignado barrio. Sopeso las posibilidades de éxito de la llamada a la municipalidad, del grito desahogante por la ventana o de la renuncia a la defensa del descanso merecido (es decir, el acto de cobardía más empleado). No me decido y los minutos van pasando. Y, mientras deshojo esta molesta margarita, llega el momento en el que las animadoras nocturnas se van por donde han venido creando un vacío sonoro perturbador.


Teniendo delante varias soluciones a la molesta memez sustancial que me tiene desvelada, a modo de puntilla, la molestia nocturna de nivel tres, se soluciona por si misma dejándome con el plan de ataque frustrado. Y ahora, ¿quién adormece mi adrenalina maltrecha, mi mala órdiga desbocada, mi estrategia malograda? Pues nada, a jorobarse. 


          

Relaxing

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