jueves, 27 de agosto de 2015

¿Finales abiertos? Ja

Aburridita estoy de la tontería: si me embarco en una historia, la quiero completa, con su principio y su final, enterita, de rabo a cabo. Medio indignada, totalmente timada, me han tomado el pelo con la última película que me he echado entre pecho y espalda, 120 minutos inconclusos.  Acepto el planteamiento del director; el desarrollo de los personajes, sus motivaciones para hacer lo que hacen, los problemas que se les plantean y de que forman los encaran o se enredan en ellos; cuáles son las motivaciones para hacer unas cosas y no otras. Bien. Voy aceptando todos y cada uno de los quiebros de la historia. Es la del director-guionista y la acepto. Pico el anzuelo y cuando abro la boca para comerme el cebo y hacer una digestión feliz, nada, me lo enseñan pero  ahora lo retiran.

¿X es el asesino o no? ¿Se queda Y con Z o sale corriendo con H después de haberle echado una legañada? ¿Acaba pillando la poli a G o se ríe del mundo y atraviesa la frontera? Conclusión, porfa.  De nada me valen esos planteamientos de algunos autores que tratando de muy inteligentes y despiertos a sus lectores o espectadores no cierran la historia. Cada uno es libre de construirla…,  en la vida siempre hay varias posibilidades…

Pues sí, todo eso es verdad. Cada cual está en su derecho de crear las historias que le vengan en gana con los vericuetos que le dicte su creatividad, pero si te dirigen (anulando tu capacidad de decidir) durante el 90% de la historia, cuando llegamos al 10% restante que cierra el conjunto  ¿por qué entonces se pide mi ayuda para concluirla? Quiero el final del autor o cineasta, después, rumiando con mi neurona de confianza, ya decidiré yo si me creo o no la conclusión, si me gusta o no lo que veo, si tiene sentido o hace agua… Ese si es mi trabajo pero que no me dejen en la indefinición ¿alguien ha hecho la prueba de contar un cuento de final abierto a un niño/a? Pues yo como los niños.

Mientras me cuentan el resultado del experimento, me quedo escuchando la marcha
Radetzky.  ¿Hay por ahí algún arriesgado que abogue para dejar en final abierto una música como ésta? Vale.

          

jueves, 20 de agosto de 2015

La mirada madura

Ha llegado el momento en el que no veo nada claro. No hay nada nítido, todo se me presenta borroso. Los rostros se me antojan distantes, desdibujados y por tanto intercambiables, insípidos, iguales. Necesito un acercamiento que disipe mis dudas y me dé la pauta de quién es quién. Los paisajes y espacios que me sitúan en el mundo son volúmenes, figuras geométricas sin aristas, coloridas manchas que prometen un entorno organizado y conocido que no consigo discernir.

Y si mi objetivo son las cosas menudas, mi situación no mejora. En las distancias cortas, allí donde el detalle marca la diferencia, donde lo chiquito adquiere gran dimensión, no consigo una imagen clara.


Un desastre. Ni lo grande ni lo pequeño; ni lo cercano ni lo lejano. Voy a aprovechar el momento optimista en el que me ha pillado esta reflexión, y que es un plus  que brinda la veteranía, el paso del tiempo, la madurez, invitándome a fijarme en el todo y no solo en la parte, a generalizar y no perderme en el detalle, relajarme en la búsqueda de la precisión, a ser indulgente y buscar lo común y no lo diferente. Pero, lo cierto es que soy una miope con presbicia y eso no hay quién lo remedie. 

¿Me frustro o me resigno? ¿Hay algo bueno en ver a bulto, sin entrar en menudencias?
¡Socorro,una solución¡


Estética de lo difuso
Lus Azanza



jueves, 13 de agosto de 2015

Garabatos

Como las ocasiones no son muchas, no pierdo ninguna para poder escribir a mano, de forma amanuense, con papel y boli. Además, no soy nada glamurosa, papel normal y boli bic, punta gorda, por favor. Ejercicio placentero y que de no ser por obligación, se va dejando de lado o simplemente olvidando.

Pero, cuidado, es un ejercicio que habla mucho de cada uno de nosotros. Hay un hilo invisible que une el estado de ánimo y la caligrafía. He llegado a darme cuenta, de que aunque mis palabras desmientan mis pensamientos, no lo hará la forma e intensidad de mi letra. Se redondea y expande si tengo un día verde esperanza y se vuelve pequeñita e incomprensible el día rojo peligro. No hay forma de mantener una personalidad definida y estable, la transformación es de tal grado que hay ocasiones en las que he llegado a pensar que atravieso estados transitorios de bipolaridad y mi caligrafía me delata.

Sobre lo chivata que puede llegar a ser este ejercicio manual de dibujar trazos en un papel tengo una idea certera, pero lo que no imaginaba es la vertiente laboral para el que maneja lápiz y papel con extraordinaria maestría. Acabo de saber que se llaman pendolistas. Se ganan la vida escribiendo cartas, invitaciones a eventos, carteles… por encargo y, por, descontado, a mano. Su valor es el arte que imprimen en su trabajo y para ello se valen del tipo de papel (más rugoso, imprime carácter a la letra al oponer resistencia, o liso por el que resbala jubilosa la pluma). Y, por supuesto, combina tipos de letras dependiendo del carácter del evento, del gusto de la persona que realiza el encargo, o de la personalidad del destinatario. Claro, el artista también deja su estado de ánimo en su trabajo, o intenta enmascararlo si lo cree oportuno.

Imagino que es este un arte en vías de extinción, pero va a hacer que mire con más atención caligrafías y tipografías de todo tipo, y desde luego con mayor cariño los garabatos con los que suelo emborronar hojas de dudosa calidad.

Decidido, y si alguien está en desacuerdo que se atreva a decírmelo.


Mientras tanto miro…
Escritura japonesa

jueves, 6 de agosto de 2015

Contemplando


Estoy sentada. Miro al mar. Nada más. Tranquila estoy. La gente pasa de largo o transita con descuido alrededor. Cada uno a lo suyo.

Unos jóvenes padres resoplan ante el penúltimo berrinche del primogénito que se ha sentado en el suelo y no quiere avanzar. Un anciano, al que saca a pasear su chucho que trota suave, conocedor de la velocidad media de su dueño, avanza tranquilo.  Un padre y un hijo comen un helado relamiéndose al compás de sus pasos, como el reflejo de dos momentos similares separados por el tiempos, dos ejemplares genéticos de un mismo ser visto en perspectiva. Dos adolescentes pasan patinando y sus trinos, risas y gritos anuncian amaneceres ilimitados. Una familia se para a hablar con un conocido, muy cerca de mí, saludos, parabienes y paso continuo. Un grupo de pre-universitarios  pasan de aconsejarse sobre los programas televisivos de más baja estofa a discutir sobre política española sin solución de continuidad ¡qué plasticidad! ¡qué flexibilidad! Dos venerables ancianas con andador, una más con bastón y  la cuarta a pie ligero, avanzan como si de una carrera de relevos se tratara. Un cuarentón, firme y seguro, avanza lanzando miradas a diestro y siniestro, no sea que la sección femenina no se percate. Dos novios, puro chicle, están de acuerdo hasta en la dirección en la que mirar, la longitud del paso que dar y el tono de voz que emplear. Me edulcoro sin querer.Seguro que hay alguien mirando que miro.

Sigo sentada, observando. Placeres de bolsillo. Momentos que perseguimos por necesidad, por inercia. ¿Hay algo más? ¿Alguna montaña que debe ser escalada? ¿Un continente por descubrir?  O no.  ¿Me zambulló entonces en el instante de felicidad común y corriente? ¿Busco la última esencia escondida, esa gran belleza esquiva o me impregno de la normalidad, elixir destilado por el sentido común? ¿Hay algo más?

Una señorita acaba de desplegar un pañuelo en el suelo a dos metros de mi atalaya. Desembala una gaita y se pone a tocar. ¡A jorobarse! Momento interruptus en mi búsqueda de la felicidad al alcance de la mano. Mañana será otro día.

¡Necesito ayuda! ¿Hay alguien ahí?
La banda sonora de la búsqueda del Grial ha hecho crack, crak… Si alguien encuentra el hilo de Ariadna, que me lo comunique.

Mientras tanto escucho otra cosa...