jueves, 31 de agosto de 2017

Creatividad vs. tradición







































Hace un par de años, deseando cambiar el ritmo de las vacaciones de playa y jajas, asistí en Santander a un espectáculo  del Ballet Nacional dirigido por Antonio Najarro. La primera parte me pareció fantástica, flamenco con un aire fresco y nuevo que abría nuevas posibilidades. A la tradición se le lavaba la cara con un resultado inesperadamente radiante. Sobre la técnica de bailarines y bailarinas, junto con el resto de profesionales que hacen posible un espectáculo de esta envergadura ni comento, acreditan su talento consiguiendo que aquello que es un arte difícil de realizar adopte la apariencia de algo que fluye con naturalidad. Lo que verdaderamente me complació es la mezcla conseguida al conjugar creatividad y tradición. Es flamenco, es escuela bolera y también es algo más. La creatividad sin límites ni corsés.

Este mismo milagro ocurre en muchos ámbitos artísticos, sin él no se puede avanzar ni encontrar nuevos caminos. La música está plagada de ejemplos. Sin alejarnos de los aires flamencos se puede recordar algunos de los primeros piropos que recibió Camarón cuando decidió salirse del camino trillado, que él como nadie era capaz de interpretar, para llevarlo a otra dimensión. Y no salgo del campo musical para agradecer infinito a Vinicius de Moraes y a Antonio Carlos Jobim por haber dado a luz la bossa nova, ese estallido de sentimiento ritmado a través de la música brasileña y el jazz. Y si nos fijamos en el ámbito de lo gastronómico que lleva camino de llegar a los museos a través del estómago, ¿cómo poner en tela de juicio las bondades una comida con una recua de estrellas michelín? Muchos/as me dirán que como la comida de la abuela no hay nada. Ya se sabe, buenos productos, excelente hechura y generosa cantidad. Nada que objetar pero es innegable que la cocina que pinta cuadros en el plato, consigue texturas infinitas y uniones imposibles, invita al disfrute por su calidad sí, pero sobre todo por su creatividad, aquella que abre sendas insospechadas que nos sorprenden mientras nos deleitan.

Pues bien, he sentido la misma sensación de sorpresa y fascinación al admirar una pequeña obra maestra presentada en el último Mundialito de Miniaturas celebrado en Leganes, presentada por “La Liga Norte”, un grupo de esforzados artistas. El mundo de las miniaturas recrea personajes históricos, anónimos o no, con absoluta verosimilitud. Con su fidelidad a la realidad histórica y su maestría elevan esta afición, a penas conocida, hasta el rango de arte. La pieza que me ha llamado poderosamente la atención, reproduce a un par de centuriones romanos dentro de un vagón de metro que miran pasmados un cartel que anuncia el evento del que forman parte. Están desubicados, viviendo una realidad y un momento histórico que no les pertenece, tomando conciencia de su propio extrañamiento mientras observan el cartel. Inmediatamente te pones en su lugar. Compartes su extrañeza divirtiéndote mientras intentas adivinar la conversación que pueden estar teniendo los dos recios militares en perfecto latín mientras se encuentran en el metro de Madrid. Si una de las ambiciones que persigue el arte es transmitir, compartir, una escena así te lleva irremediablemente a compartir la situación con sus protagonistas. Esto no es nada fácil de conseguir. Se requiere oficio, maestría, imaginación y mucha, mucha creatividad. Para avanzar por los derroteros de lo artístico es necesario beber de la tradición y aprender de los maestros para poder así abrir nuevos caminos y crear interpretaciones personales. Si la creatividad y lo nuevo no aparecen se pasea indefinidamente por los caminos trillados que otros ya transitaron. Bien es cierto que se corre el riesgo de no ser comprendido. Los pintores impresionistas tuvieron que realizar exposiciones paralelas a la oficial del Salón de Paris puesto que dicho ámbito pictórico no entendía el camino rompedor que apuntaban estos innovadores de la luz y el color. Tampoco Braque y Picasso fueron mundialmente aplaudidos desde el primer momento cuando el segundo pintó Las señoritas de Avignon, poniendo aprueba la imaginación del público de principios de siglo XX. No obstante, la producción creativa requiere abrir nuevos caminos, sobresaltarnos, ponernos a prueba, sacarnos del tedio y ofrecernos nuevas posibilidades. Si hay alguien que no lo ve, estará, sin duda alguna, perdiéndose una de las facetas más poderosas del arte.  



           

viernes, 18 de agosto de 2017

Ver pasar el tiempo

Sol crepuscular en una playa del Cantábrico. Luz rasante que difumina contornos, dora tonalidades y ensombrece recovecos. Escenario que no deja de cambiar en su tozuda permanencia. La playa se ensancha y empequeñece por puro antojo de la luna. A ratos es infinita y la persigues en su huida para luego obligarte a retroceder con premura suave. Y siempre el silencio sonoro que componen brisa y oleaje. Todo se amortigua y difumina.

A la vista de todos, todos somos invisibles. Una mujer, cómodamente sentada en una sillita plegable, dibuja a su hija dando colores rápidos con sus acuarelas. Una madre lee un cuento a su niña que se seca al sol, mientras su hermano se embadurna de arena y su padre otea vigilante al tercero que está nadando en las olas. Dos amigos juegan con unas palas intentando que la pelota no toque el mullido suelo. Una señora lee un libro protegida de los juguetones rayos del sol con unas gafas que la aislan. Dos bebes, pringados de arena hasta los ojos, caen sobre sus padres, que tumbados sobre las toallas, intentan sin éxito dar una cabezadita. Un grupo de jóvenes juegan mientras permanecen tumbados en círculo. Tres parejas de adultos intentan, bajo sus toallas, ponerse el bañador creando, mediante sus posturas, una situación cómica celebrada por todos. Una anciana, protegida por una sombrilla, sonríe ante los juegos del nieto. Por aquí y por allá hay solitarios, parejas y grupos que sestean inmutables a todo lo que ocurre a su alrededor.

Todos dejamos fluir el tiempo al ritmo de la marea. Somos invisibles en nuestra presencia, los unos para los otros y eso concentra nuestros esfuerzos de abandono ocioso. Estamos entregados a la tarea personal de ver pasar el tiempo y son el agua, la luz, los que nos recuerdan su existencia. Derrochar los minutos en tareas insustanciales, triviales y placenteras. Ocupar el tiempo en regalarlo. No escatimar esfuerzos en despilfarrar valiosos segundos en nimias actividades. Observar que el tiempo pasa porque la playa cambia. ¿Hay forma más fructífera de entregarse a lo inútil?