En
medio de una gran dique seco, en mitad del puerto de Pourtsmouht, el
señorial HMS Victory se encuentra bien dispuesto a compartir todos
sus entresijos con curiosos o entendidos con igual generosidad.
Veterano que no viejo. Antiguo no, histórico. El aroma que desprende
el fantástico HMS Victory, que fue el buque insignia del almirante
Nelson en la batalla de Trafalgar de 1805, es el de los relatos y las
crónicas. Esquivando el paso del tiempo y aprovechándose de ese
afán tan británico por conservar todo lo que cuente algo sobre su
pasado patrio, la visita al navío de línea se convierte en una
experiencia en 3D real que te lleva a un día rutinario en alta mar,
porgamos por caso, o a un momento de la batalla de Trafalgar. que tan
buenos resultados dio a Nelsón a costa de nuestras fuerzas patrias
aliadas a las napoleónicas.
Pisos,
paredes, techos de madera y refuerzos de hierro constituyen la
estructura y piel del navío. Tres pisos ocupados en su mayor parte
por filas de cañones (hasta 100) alineados a los costados y mirando
por estrechos ventanucos en salas diáfanas. Cierro los oídos
evitando el parloteo de los otros turistas y toco la superficie de
uno de los cañones. Puedo sentir el estrés, la incertidumbre, el
miedo de la batalla que apenas se ve pero se siente presente. Oigo
las órdenes dadas intentando sobresalir de entre los estrépitos de
los cañones, los gritos de los soldados y los lamentos de los
heridos. Huelo la pólvora, el sudor de los soldados, el calor de la
madera frotada. Veo la aparente confusión de movimientos entre el
humo de las explosiones. Ni lo dudo, foto aquí.
A
continuación paso al camarote de Nelson y al comedor de oficiales.
Son habitaciones no demasiado grandes pero están llenas de
conversaciones atrapadas en las hendiduras de la madera con que están
hechas. Con una leve inclinación pego mi oreja a un lateral de una
de las paredes y escucho como los oficiales debaten acerca de la
estrategia en el planteamiento de la batalla, cuanto discuten sobre
que maniobra será la mejor para, inmediatamente, guardar silencio en
espera de la opinión de Nelson que zanjara la cuestión, está en
juego la vida de muchos hombres y el despegue o declive de algunos
imperios. Aunque suene irreverente, me hago un selfi esquinado ahora
que no hay nadie.
Imagino
el trasiego diario de marinería, tropa y oficiales. Comida,
mantenimiento, aseo, descanso… Tanta gente (alrededor de mil
personas) conviviendo en no demasiados metros cuadrados. Los dos
niveles inferiores del barco estaban destinados a gran parte de estos
menesteres. Cocinas, despensas, enfermería (para heridas de la
batalla), almacenes. Me siento en uno de los bancos móviles que
hacían las veces de mesas para la marinería y ya oigo los ruidos y
olores propios de un comedor e imagino otros que se darían en un
espacio reducido como éste. Supongo que el orden primaría en estas
acciones cotidianas ¿cómo funcionar de otra manera? Y la comida,
frugal pero sustanciosa, sin adornos pero nutritiva, la imagino y con
alguna que otra alegría etílica que haría las funciones de evadir
y/o envalentonar. Foto en ademán de departir una conversación con
la socarronería que se les supone a los grandes marineros.
El
vientre de la ballena, la parte que siempre está sumergida guarda el
mecanismo que guía la nave, la estructura del timón al descubierto.
Un artilugio sencillo en apariencia y que dirige el barco gracias a
las órdenes dadas cuatro pisos más arriba y realizadas por el
timonel. Grados en las cuatro direcciones que marcan el rumbo de la
nave. Lo toco y siento el crujir del giro. Foto con detalle que no
mira nadie.
Con
esto subo rápidamente a cubierta para embobarme con el dispositivo
que aprovecha la energía del viento y hace que el barco se mueva:
la arboladura y el velamen. El HMS Victory enseña cuatro palos
imponentes ¡cómo sería con las velas desplegadas! Mientras lo
pienso, ayudada por la postura que mira al cielo adopto un gesto de
atontamiento admirativo. El espectáculo debía ser impresionante. La
sensación de deslizarte por las aguas con el sonido del viento, la
imagino fantástica. No obstante donde siento una grandísima
admiración es al imaginar la pericia necesaria para, desplegadas
todas la velas, conseguir el máximo de velocidad y maniobrabilidad.
Paños y timón. Y una noche de tormenta… no quiero ni pensar.
Junto a unos cabos enormes, tomo una de mis últimas fotos.
El HMS
Victory es un trozo de historia al que poder ir a soñar y sentir.
Está vivo y cuenta un montón de historias a todo el que quiera ir a
escucharlas. Como otra más de los turistas que a diario lo visitan,
me llevo un buen puñado de fotos sin valor alguno pero con mucho
poder. Al descender, cuando mi mano se despide de este cacho de
historia me pregunto: ¿dónde están nuestros buques? ¿qué se
hizo de ellos? No tenemos ni uno donde ir a soñar.
A Nelson seguro que también le gustaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario