SENTIR, NO SABER
Estoy
en un avión. Hacía tiempo pero aquí estoy otra vez, dispuesta para
el espectáculo. Los preparativos comenzaron hace ya dos horas y los
vivo como parte de un ritual que observo pacientemente.
La
primera parte se desarrolla en la terminal del aeropuerto. Entro con
una vaga sensación de desorientación e invariablemente mi mirada se
dirige hacia lo alto, en busca del desplegable que contiene un sinfín
de destinos. Mientras busco mi avión mi imaginación vuela detrás
de destinos clásicos (aquellos que ya debería haber hecho pero que
siguen en mi lista de pendientes), insólitos (de esos que con solo
pronunciarlos vuelo), desconocidos (lugares que no sitúo en el mapa
y es entonces cuando más poderosamente llaman mi atención)…
consigo encontrar mi vuelo entre todas las posibilidades.
Con
paso ligero esquivo al personal que también mira al techo, mientras
acarrea aquello que considera imprescindible. Facturación o no,
control de billetes, detector de metales, saludo al personal de
control y ya estoy dentro. Esquivo todos los chiringuitos de perfume
exclusivo, dulces gourmet y licores para paladar fino. Voy directa a
la cristalera que asoma a la pista. Cada minuto despega un avión.
Como si se tratara de la salida de escena en una coreografía de
ballet, cada uno de ellos realiza su despegue con una precisión y
ligereza impropias de esas masas de hierro.
Llega
el momento del embarque, la primera parte de la ceremonia está a
punto de finalizar. Se forman las inevitables colas que, con un
desorden metódico similar al de las hormigas, se agolpan para subir
por fin al avión.
Una vez
en la aeronave, comienza la segunda parte del ritual. Mis esfuerzos
en días anteriores fructifican, tengo asiento en ventanilla. Un
ratito para que todo el mundo tome acomodo y las azafatas realizan su
trabajo primero de convencerme de lo fácil que es conservar mis
constantes vitales en casos de emergencia. Ya falta poco.
En unos
segundos el avión rueda por la pista hacia el punto de despegue. Me
preparo como si fuera una velocista en la línea de salida. Estamos
en la pista asignada y sin mediar otra señal, el comandante pide a
la nave toda su fuerza, yo siempre ayudo con un buen pisotón como si
del acelerador de mi coche se tratara, y el avión rueda de una forma
brutal. Casi sin darme cuenta, con una ligera inclinación inicial,
dejamos el suelo atrás. Esta fracción de segundo siempre es mágica.
¿Cómo conseguimos esquivar la fuerza de la gravedad, adelantar
nubes y empequeñecer paisajes mientras volamos por un camino trazado
por grados de latitud y longitud? Existe una explicación física que
hace posible volar. La desconozco, solo siento. Siempre de la
admiración a la emoción, sin cabida para las ideas. Absolutamente
fantástico.
Eso. Absolutamente fantástico.
ResponderEliminarQué vamos a decir las grandes viajeras? 😉
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