miércoles, 24 de julio de 2019

ODA A LA CALOR, QUE LE DEN.


La lagartija de acelerados movimientos busca las solanas para activarse y yo no sé cómo esquivar la calorina y seguir funcionando con cierta normalidad.
El grano de uva se derrite con la subida de la temperatura y seducido ante el calorcito se vuelve dulce y pleno, mientras por mi frente se desliza una gota redondita de sudor.
La cigarra está pletórica y en sintonía con la elevación del mercurio emite la más elaborada sinfonía. En cambio, mientras sigo la banda sonora animal, la percepción del calor se hace más intensa y así consigo tener varios sentidos completamente desestabilizados.
El trigo verde que tapizaba laderas y llanos se ha vuelto dorado de puro placer mientras mi rostro se congestiona y comienza a adquirir un tono rojizo que habla claramente de mi inadecuación a la transpiración en climas cálidos.
Estoy hasta el capirote de este calor estival en latitudes patrias frías y de esta naturaleza inclemente que funciona impasible ante mis pesares.
Con una mínima esperanza de paliar la situación me voy a poner a leer a Javier Cacho y su Admundsen-Scott: duelo en la Antártida. No se me ocurre otro mejor remedio a mi alcance.