jueves, 29 de diciembre de 2016

Tiempo de tensión

Cálida, musical, dulce, amorosa, así es la Navidad. Buenas intenciones en época invernal al ritmo de sones suaves acompañados de dulces para todo tipo de paladar. Sí, pero no. El tiempo navideño es una época de tensión, la más peligrosa del año. Tensión invisible. Sensación que lo inunda e impregna todo. No se ve pero está en el ambiente. No se le hace un hueco pero debes contar con ella, apartarla cada hora de cada uno de estos días para no acabar fagotizada por ella. En todo lugar y situación  enseñorea su presencia añadiendo un ingrediente suavemente opresivo, un lazo de terciopelo, que puede dar al traste con las mejores intenciones si no meneja adecuadamente. Lo preside todo. Si tienes asumido tu papel de estar a la altura de lo que socialmente cabría esperar de ti y te pliegas al calor de la época, la tensión aparecerá en cada pensamiento y acción. Seguro y cierto

Primer punto de tensión: el encuentro en la mesa. Eliges con esmero y cuidado el o los menús navideños que te ha tocado en suerte preparar. En este apartado tendrás que llegar a un consenso no explicíto entre tus invitados y tú. Dar el gusto a todos los paladares es el primer objetivo ( fulano odia los langostino y mengana no entiende una Navidad sin ellos), no salirse del presupuesto (¿eso es una sencilla merluza o caviar iraní?) y no emplear todo el tiempo festivo en un ágape que no contentará a todo el mundo, seguro (¡vaya elaboración la de la fulana! ¡menuda presentación la de citano!) El menú genera una tensión insospechada cuando únicamente se trata de llenar el buche, bueno hay algo más, seguro.

Segundo punto que sube la tensión arterial de cualquiera con un mínimo de espíritu navideño: los regalos. Quién más y quién menos quiere acertar. Cada cual se rasca el bolsillo, hasta llegar a las costuras, y pone en funcionamiento la imaginación. A zutano le regalamos el año pasado libros, este año hay que pensar en otra cosa, pero ¿qué? ¿Qué talla tiene mengana? Puede que ese jersey... Colonia, si qué buena idea ¡la ciudad huele a botica de perfumista! Devanarse la sesera, no pensar en ti sino en el otro, difícil, mantener la cabeza fría ante el avasallamiento comercial, no acabar comprando el regalo de último recurso... y por encima de todo acertar. Se me acelera el corazón tan solo de pensarlo.

El tercer punto, a buen seguro, es aquel que genera situaciones de tensión que pueden llevarte directamente a la unidad de cuidados intensivos: conseguir armonía cuando todo el mundo está reunido. Perengano no traga a menganita y ésta que tiene la sensibilidad de un taco de madera no puede con fulana. Luego está zutanito que vive engañado pensando ser el alma mater de todos las fiestas y eventos varios cuando el personal pone una vela al santo de turno para que haya cogido una afonía que le dure hasta el diez de enero. Si esto se puede convertir en un juego de equilibrios dificil de mantener, en un ejercicio diplomático a la altura  de una cumbre de política internacional, la situación adquiere tintes de drama cuando a la reunión se une un invitado. Un extraño, un intruso al que hacerle un huequecito en esa mesa de conversaciones diplomáticas teniendo las referencias que habitualmente únicamente sirven para meter la pata, eso sí con la mejor de las intenciones.

Si, tiempo de tensión, de mucho estrés, de nerviosismo mal disimulado, de presión auto infligida. El personal espera que todo discurra por el carril de en medio, a paso lento pero seguro, sin incidencias señaladas. Y cuando llegamos al final del tiempo más bonito del año cogemos aire a pleno pulmón, acompasamos ritmo arterial y cadencia cardiaca seguros de que ya ha pasado el peligro. Misión cumplida.


Los sones suaves que amortiguan

jueves, 22 de diciembre de 2016

El pendiente

Hace un mes perdí un pendiente. Precisando, la parte noble del pendiente, aquella que queda a la vista de todo el mundo y que da la oportunidad al personal de emitir juicios sobre el gusto personal de cada cual a la hora de colgarse de la oreja cualquier cosa. El resto, la parte esforzada y nada reconocida que no se ve, quedó pegada a la parte posterior de mi oreja. ¡Mi pendiente,un pedacito de madera oscura ribeteado por un festón de plata! Ningún valor económico pero sí sentimental. Me di cuenta de la pérdida en casa y pensé que no andaría lejos puesto que parte de él estaba todavía conmigo. Eché un primer vistazo perezoso y distraído por el suelo de la habitación. Nada. Seguro que estaba debidamente oculto a mi pereza por poner patas arriba todo en su búsqueda. Lo abandoné dejando para más tarde el rastreo del adorno. Un par de días después, reinicié la búsqueda sin éxito y tras un rato de contorsión corporal en el intento de llegar a rincones del hogar que no frecuento y de agudizar la vista emulando a los rastreadores, consternada y extrañada a partes iguales, coloqué la parte viuda del pendiente en un lugar visible a modo de recuerdo de la tarea pendiente.

Dando un corte de mangas al sentido común y poniendo a prueba mis creencias en el azar y el destino, pasado un mes, he encontrado el pendiente. Pero no, no estaba en una zona innota o desusada de mi casa, estaba en la calle. Hay un pequeño paseo que suelo recorrer diariamente con mi madre muy cerca de casa. Mismo recorrido, similar hora... rutina doméstica. Pues bien, allí estaba mi pendiente, en el suelo, en un extremo de la acera, orillado, solo. Maltrecho, doblado, herido. No lo podía creer. ¿Qué posibilidades había de que encontrara mi pendiente en la calle después de un mes? Practicamente nulas. Pues bien, allí estaba, esperando a que yo lo encontrara, oculto a miradas ajenas e intentando quitarse de encima hojas y ramitas que lo ocultaban cuando yo hacía mi paseo diario. Durante varias semanas estuvo captando un rayo de sol que rebotara en su banda plateada, lanzando una llamada luminosa, acaparando gotitas de lluvia que espejaran un brillo... intentando lo imposible por captar mi atención.


Mi pendientín no se ha dado por vencido. No ha desesperado ni un solo día en su intento por volver a mi mientras se ocultaba a las miradas del resto. Sin pensar en un horizonte de probabilidades adverso ha perseverado igual que los niños que no conocen lo imposible. Una voluntad de hierro, una estrategia concienzuda y bien ejecutada y un pellizco de buena suerte. Mi querido pendiente. Él que fue elegido entre muchos, fiel compañero durante mucho tiempo, adorno pequeñín sabedor de su poca valía pero poseedor de todo mi cariño, él se sabe insustituible. Hoy está por fin de vuelta en casa. Después de una rehabilitación que le ha devuelto su antiguo brillo y lozanía ya luce orgulloso en mi oreja sabedor de que es mi joya más preciada.



  
¿Qué le gustaría a J. Vermeer?
La chica de la perla
J. Vermeer