miércoles, 22 de junio de 2016

A su majestad el rey Sol

Mi querido astro rey: aburridita me tienes. Estoy por pensar que en la trayectoria fija de tu paseo anual, juegas intentando demostrar que como jefe  que eres haces lo que te viene en gana. Aún conociendo bien el historial de tus desplantes (hoy salgo pero no caliento..., mañana ni aparezco..., pasado achicharro al personal porque sí... ) no me acostumbro a tu falta de tacto y sentido de la oportunidad.

En nuestro afán humano por controlarlo todo y pensar que algo en la Naturaleza nos obedece, nos hemos dotado de un calendario para transitar de una estación a otra con todo rigor y seriedad. Absoluta certeza en el minuto en el que con tu caminar fijo nos haces cruzar entre solsticios y equinoccios con tajante fiabilidad. Nosotros apuntamos, y a por la siguiente estación. Pero claro, este vaivén no es tan sencillo de experimentar y en demasiadas ocasiones requiere de una adaptación que en mi latitud me niegas con mucha frecuencia.

Datos. Veinte días antes de acudir a la cita del solsticio, no sé que te ocurrió que apareciste con una furia digna de los días más agotadores de la canícula. Entonces yo, asomo la cabeza por la ventana y viéndote en todo tu esplendor pienso: bien, ya está aquí. Como mujer disciplinada que soy, muevo, organizo, desempolvo, pongo a punto el armario ropero que cambia de color y aspecto en esta época, otra vez. Trasiego de textiles, la feria de la ropa de temporada (qué fácil debe ser vivir en el trópico) Después de dar la vuelta a casi todo para que todo quede igual, tal y como estaba el año pasado por estas fechas, cumplo con el deber no escrito de ponerme a tono con el calendario y con tu visita. Cuatro días sofocantes y al quinto... desapareces. Me quedo a la expectativa. Una broma, un amago. Nada de eso. Ni idea de quién te ofendió, pero está claro que diste la media vuelta y entramos en un prórroga de invierno fuera de lugar. Quince días de una frescura digna de un invierno con toques de aire norte fresco de narices que sentó de forma fantástica a mi indumentaria veraniega (recuerda que ya había hecho el tránsito estacional, además de verte me lo había ordenado El Corte Inglés). Aguanté como pude hasta que por fin, alguien te debió dar el toque por ahí arriba, debiste mirar el calendario y acudiste a la cita del solsticio. Celebración por todo lo alto. Llegan los días kilométricos y con ellos el calorcito que tú nos traes ¡qué nos lo hemos ganado, eh! Pues bien, aquí estoy, después de dos días de estreno, aplanada por un calorazo (34º C) para el que no he tenido tiempo de aclimatación y temerosa de que alguien o algo te ofenda dentro de dos días y desaparezcas nuevamente.

Astro poderoso y vivificador, ser enérgico e implacable, un poco de compasión. Mi cuerpo animal tolera mal, muy mal, el pasar en tres días de los 10º C raquíticos a los 35º C avasalladores. Hablo por boca de todos los sapiens de la latitud que habito, fuertes por obligación y cabreados de vocación, ¡avisa! Danos leves toques advirtiéndonos de tu llegada, y luego cuando te vayas, poco a poco, con elegancia, para que te echemos de menos con cariño. Yo no puedo más. Todos los años lo mismo. Estoy por pensar que no te importamos nada o que ni siquiera sabes de nuestra existencia. ¡Pena de situación!

                        
A modo de ofrenda propiciatoria