sábado, 12 de noviembre de 2016

Chachareando


Mejor callar si no hay nada interesante que decir. Dogma y paradigma del buen gusto y el saber estar. Signo inequívoco de inteligencia. Señal de mesura, comedimiento, proporción. Manifestación de empatía con el otro, de consideración y generosidad a la hora de no invadir con razonamientos vacíos, observaciones superfluas, avasallamientos lingüísticos que  no aportan ni suman.

Cierto. La no observancia de esa práctica tan recomendable lleva a lamentar meteduras de pata sin cuento, salidas de tono de todo pelaje y a recitados engorrosos o directamente absurdos. Oportunidades perdidas de haberse callado en momentos tan poco propicios y que generan lamentaciones posteriores. Conversaciones en múltiples pistas que en vez de confluir y sumar se convierten en monólogos que nadie escucha, mejor así, puesto que nada hay que decir. Regodearse en el placer de oírse así mismo articulando palabras que nada dicen. Y aún sabiendo esto, seguimos hambrientos de situaciones en las que poder abrir la boca para emitir únicamente sonidos sin contenido. Podríamos catalogarnos mayoritariamente como perdidos y yo a cabeza. Teoría, asimilada. Consecuencias nefastas de la no observancia a esta regla de oro de la prudencia, experimentadas. Propósito de enmienda, a diario. Logros, ninguno.

¿No debería entablar una conversación ligera con la frutera del barrio puesto que nada profundo se me ocurre de buena mañana (el resto del día tampoco)? ¿Qué se puede decir de hondura con el vecino en el ascensor? ¿A qué nivel de reflexión es necesario llegar para que el diálogo entre conocidas y amigos sea adecuado al canon y evitar así caer en la vana charleta? Me rindo. Me gusta la charla intrascendente entre amigas, con atropellos dialécticos, pisotones de palabras y empujones de vocablos. Me encanta comenzar a lo tonto y disfrutar de la simpleza. Poner en la conversación todo tipo de banalidades divertidas, esas coloridas tonterías. Hablar por hablar.

Este placer de encadenar intrascendencias me ha llevado incluso a encontrar en este ejercicio habitual que me hace como practicante fiel, boceras de lo insustancial, transmisora de lo trivial,  momentos de creatividad de andar por casa. Me sorprendo furtiva, mientras coso bobadas, creando argumentos nuevos, despertando conocimiento dormidos, recogiendo voces nuevas y elaborando explicaciones, consideraciones y razonamientos a partir de soberanas memeces. Vamos, práctica medicinal. Pero es que además, me gusta ¡corcho!



Una más