viernes, 18 de agosto de 2017

Ver pasar el tiempo

Sol crepuscular en una playa del Cantábrico. Luz rasante que difumina contornos, dora tonalidades y ensombrece recovecos. Escenario que no deja de cambiar en su tozuda permanencia. La playa se ensancha y empequeñece por puro antojo de la luna. A ratos es infinita y la persigues en su huida para luego obligarte a retroceder con premura suave. Y siempre el silencio sonoro que componen brisa y oleaje. Todo se amortigua y difumina.

A la vista de todos, todos somos invisibles. Una mujer, cómodamente sentada en una sillita plegable, dibuja a su hija dando colores rápidos con sus acuarelas. Una madre lee un cuento a su niña que se seca al sol, mientras su hermano se embadurna de arena y su padre otea vigilante al tercero que está nadando en las olas. Dos amigos juegan con unas palas intentando que la pelota no toque el mullido suelo. Una señora lee un libro protegida de los juguetones rayos del sol con unas gafas que la aislan. Dos bebes, pringados de arena hasta los ojos, caen sobre sus padres, que tumbados sobre las toallas, intentan sin éxito dar una cabezadita. Un grupo de jóvenes juegan mientras permanecen tumbados en círculo. Tres parejas de adultos intentan, bajo sus toallas, ponerse el bañador creando, mediante sus posturas, una situación cómica celebrada por todos. Una anciana, protegida por una sombrilla, sonríe ante los juegos del nieto. Por aquí y por allá hay solitarios, parejas y grupos que sestean inmutables a todo lo que ocurre a su alrededor.

Todos dejamos fluir el tiempo al ritmo de la marea. Somos invisibles en nuestra presencia, los unos para los otros y eso concentra nuestros esfuerzos de abandono ocioso. Estamos entregados a la tarea personal de ver pasar el tiempo y son el agua, la luz, los que nos recuerdan su existencia. Derrochar los minutos en tareas insustanciales, triviales y placenteras. Ocupar el tiempo en regalarlo. No escatimar esfuerzos en despilfarrar valiosos segundos en nimias actividades. Observar que el tiempo pasa porque la playa cambia. ¿Hay forma más fructífera de entregarse a lo inútil? 

           

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