¿Y si asoma el verano y todavía no me apetece?
¿Y si la amenaza de días infinitos y noches mínimas, sí esas
jornadas en las que la luz a fuerza de insistir se hace pesada, son
ya una visita imparable que no quiero recibir?
¿Y si aún no me he hartado de calzarme mis acolchadas y calentitas
botas ojo de perdiz y arrebujarme dentro del abrigo rojo llama que
resplandece en el mustio invierno norteño?
¿Y si todavía no consigo reprogramarme a la manera “helado
estival” porque sigo muy cómoda en el modo "chocolate con
churros"?
¿Y si unos rayos de sol fuera de lugar me expulsan imperiosamente de
mi cómodo cubil arrojándome a la calles y plazas que ya empiezan a
estar abarratodas de lagartijas humanas que aclimatan su sangre fría
esperando que todo llegue antes de tiempo?
¿Y si no he cogido el número suficiente de setas, ni me he hartado
de castañas, ni he doblado bastantes varillas de paraguas, no he
criado los habituales sabañones ni pillado el cupo de catarros?
¿Y si mi cuerpo animal, éste en el que vivo, todavía está
hibernado y no está preparado para la revolución cíclica a la que
se somete mansamente todos los años?
¿Y si no quiero que el invierno acabe ya?
Las he visto y me han dicho que es imparable. |
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