viernes, 3 de marzo de 2017

Contadora de viajes de la rutina

Como buena reincidente, he caído en las redes del último Reverte que me he topado en la librería. Puedo apostar algo serio a que he leído todos sus relatos de viajes y siempre siento una envidia sana, si eso existe, por este tipo. Del periodismo a la literatura sin red, o con ella, no lo sé muy bien, pero lo que si está claro es que Javier es uno de esos afortunados que ha hecho de su pasión su trabajo. Un triunfador, seguro que con sus peajes y sus precios pagados, pero lo ha conseguido: viajar, escribir y vivir de ello. !Olé y olé¡

El último Reverte me lleva a Nueva York (otro destino en mi lista de pendientes). Javier, que por edad, ganas o apetencias (o por todo ello) en sus últimos destinos viaja acompañado o con más tranquilidad, para el destino americano ha elegido una estancia de tres meses en la capi del mundo libre para deambular, observar, asombrarse, aprender, admirarse o lamentarse, según caso y ocasión. !Olé y olé! Otra vez.

Y aquí estoy yo, con otra aventura prestada de papel y temiéndome que mi odisea particular no va a ir más allá de unos garbeos imaginarios al saltar de un párrafo a otro. ¿Pudiera ser que me falte compromiso con el asunto y suficiente ímpetu para hacer realidad los deseos y me sobran varios kilos de practicidad y realismo aplastante?

Esta situación frustrante está a punto de acabar. Como ya he dicho que no estoy en la esfera, ni en la estela, ni en el camino, ni nada de nada, del escritor viajero, yo voy a acompasar mis aspiraciones con mis circunstancias poniéndome como objetivo no morir sin haberme convertido en contadora de viajes de la rutina, ambición a mi medida. Bien, he fijado mi objetivo y puede que con mis modestos medios y mis grandes anhelos, esté en el camino correcto. Fijaré una rutina, otra más que añadir a mi vida, como escribir todos los días (bueno o día sí, día no, también hay que hacer cosas más prosaicas) sobre todo lo asombroso o cotidiano que me suceda en la jornada, no le haré ascos a nada. No dejaré de apuntar todo lo reseñable que acontezca en mi barrio (puedo ampliar el radio a la comarca, aunque no lo sé puesto que debería observarlo de primera mano y no veo cómo voy a coordinar horarios de rutina ineludible con inspiración literaria) Miraré con verdadera expectación a todo y todos en el trabajo, a aquel que me tope en la frutería o a la vecina de butaca en el cine y que pueda llegar a convertirse en personaje de mis crónicas (para eso deberá expresar algún pensamiento digno de la filosofía de andar por casa o hacer algo que permita que yo haga la oportuna reflexión). Pasearé y deambularé por calles y plazas con los oídos bien abiertos (sin auriculares que me informen sobre lo sucedido en medio mundo o me inunden con música aislándome de lo que me rodea). Pondré especial cuidado en los trayectos de casa al trabajo y viceversa puesto que son los desplazamientos que más se asemejan al viaje, fundamento para mis crónicas posteriores. Y con todas las reflexiones, cavilaciones y deliberaciones, tanto propias como ajenas; con las observaciones hechas con nuevos ojos sobre lo ya conocido; con un renovado interés sobre lo ya trillado, una gran capacidad para sorprenderme sobre lo ya cansinamente transitado, me lanzaré, lo prometo, a la escritura. No puedo errar. Estoy absolutamente convencida de que habrá mucho público que se sienta identificado ¿Quién no va a estar interesado en recrear, durante su tiempo de asueto, lo que ya vive todos y cada uno de sus días? Pues eso.


A rellenar...










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