En una cita
de algún filósofo, pensador... que de vez en cuando recoge la
propaganda bancaria intentándose darse lustre pero con el objetivo
nada disimulado de hacerte cliente cautivo, me llamó la atención
una que decía algo así: ¿para qué desear la inmortalidad si
luego no se sabe qué hacer una tarde de domingo lluviosa? Domingo
tarde. Imposible de entender tan mala fama cuando sigue
siendo uno de los ratos festivos por excelencia. Siendo así ¿por
qué hay un elevado número de personas que se despista y acaba con
la posibilidad real por disfrutar pensando en la rutina laboral
próxima? ¿Será privilegio de los que disfrutan esa tarde festiva
ocasionalmente el poder gozar de ella con intensidad?
Lo cierto es
que estoy viviendo una de esas tardes dominicales, con lluvia
incluida y mi perspectiva se resume a deambular por la casa
comprobando en qué zona o lugar se acopla mi cuerpo a la mejor forma de no hacer nada. Pero dan las
5,30 y tengo que salir con el coche para hacer de acompañante
familiar. Miro por la ventana, sigue lloviendo. ¿Hará también frío
para completar el panorama desalentador? Me preparo y hago el
trabajito llevando a uno de mis familiares al otro lado de la ciudad.
Nada más
salir, el cielo se enfurece, pero sólo lo justo pues aparecen rotos
desde los que se cuela una claridad mañanera que ensancha el ánimo.
Los gotones que se han escapado han dado brillo a las calles que
refulgen bajo los rayos transfugas. La ciudad vegetal se ha vestido
de color. Rojos, verdes, amarillos, cenizas, cárdenas, oros... toman
posesión de los espacios dejados por la falta de coches y
transeúntes. El escenario es perfecto, vacío para poder deslumbrar, pintado en colores por si la luz crepuscular quiere hacer los
honores.
Y sí, no
hay nadie. Apenas algún rarito que se decide a salir un
domingo por la tarde, algún grupo juvenil que no tiene noción del
tiempo, los padres presos de la demanda de los más pequeños que
necesitan calle, un grupo de monjas con falda de integración sin éxito
al mando de paraguas díscolos. Nadie más. La ciudad se engrandece
mientras todo el mundo desaparece. La mayoría decide consumir,
aprovechar o asesinar sus tardes finde en casa donde puede que
también suspire con la eternidad sin saber con qué llenarla.
He alargado
el servicio familiar que me ha hecho salir de casa esta tarde con tan
mala prensa. Volante en mano, con la música tristemente alegre de
Simply Red a toda pastilla, a la manera de una road movie urbana.
Banda sonora, personajes secundarios que entran y salen de pantalla,
escenarios naturales únicos y mi mirada que pone la acción y la
trama al drama dominical que se sucede cada siete días como si de un
castigo trágico se tratara. !Qué no se puede derrochar los días de
iniciativa personal, los a nuestra entera disposición, los en
blanco, los a rellenar, como si fuéramos inmortales¡