martes, 25 de octubre de 2016

El estigma de la tarde de domingo

En una cita de algún filósofo, pensador... que de vez en cuando recoge la propaganda bancaria intentándose darse lustre pero con el objetivo nada disimulado de hacerte cliente cautivo, me llamó la atención una que decía algo así: ¿para qué desear la inmortalidad si luego no se sabe qué hacer una tarde de domingo lluviosa? Domingo tarde. Imposible de entender tan mala fama cuando sigue siendo uno de los ratos festivos por excelencia. Siendo así ¿por qué hay un elevado número de personas que se despista y acaba con la posibilidad real por disfrutar pensando en la rutina laboral próxima? ¿Será privilegio de los que disfrutan esa tarde festiva ocasionalmente el poder gozar de ella con intensidad?

Lo cierto es que estoy viviendo una de esas tardes dominicales, con lluvia incluida y mi perspectiva se resume a deambular por la casa comprobando en qué zona o lugar se acopla mi cuerpo a la mejor forma de no hacer nada.   Pero dan las 5,30 y tengo que salir con el coche para hacer de acompañante familiar. Miro por la ventana, sigue lloviendo. ¿Hará también frío para completar el panorama desalentador? Me preparo y hago el trabajito llevando a uno de mis familiares al otro lado de la ciudad.

Nada más salir, el cielo se enfurece, pero sólo lo justo pues aparecen rotos desde los que se cuela una claridad mañanera que ensancha el ánimo. Los gotones que se han escapado han dado brillo a las calles que refulgen bajo los rayos transfugas. La ciudad vegetal se ha vestido de color. Rojos, verdes, amarillos, cenizas, cárdenas, oros... toman posesión de los espacios dejados por la falta de coches y transeúntes. El escenario es perfecto, vacío para poder deslumbrar, pintado en colores por si la luz crepuscular quiere hacer los honores.

Y sí, no hay nadie. Apenas algún rarito que se decide a salir un domingo por la tarde, algún grupo juvenil que no tiene noción del tiempo, los padres presos de la demanda de los más pequeños que necesitan calle, un grupo de monjas con falda de integración sin éxito al mando de paraguas díscolos. Nadie más. La ciudad se engrandece mientras todo el mundo desaparece. La mayoría decide consumir, aprovechar o asesinar sus tardes finde en casa donde puede que también suspire con la eternidad sin saber con qué llenarla.


He alargado el servicio familiar que me ha hecho salir de casa esta tarde con tan mala prensa. Volante en mano, con la música tristemente alegre de Simply Red a toda pastilla, a la manera de una road movie urbana. Banda sonora, personajes secundarios que entran y salen de pantalla, escenarios naturales únicos y mi mirada que pone la acción y la trama al drama dominical que se sucede cada siete días como si de un castigo trágico se tratara. !Qué no se puede derrochar los días de iniciativa personal, los a nuestra entera disposición, los en blanco, los a rellenar, como si fuéramos inmortales¡


           

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