No hay forma
de mantener la compostura. En cuanto bajo la guardia, mi neurona
querida me traiciona abandonando la vigilia. Entonces, mi atención
se extravía, mi mirada queda errática y entro en un estado me mema
integral de lo más inconveniente.
Excursión
al desierto de Tabernas, Almería. Calor, tierra seca y matojos. Tras
un recodo, en una carretera polvorienta aparece un espejismo con
apariencia de pueblo del Oeste americano. Es real, bueno todo lo real
que puede ser un decorado de películas de bajo coste y ambiciones
acomodadas. Intentando ganarse la vida se encuentra un puñado de
cowboys y chicas de saloon. El grupo del oeste almeriense trabaja
durante unas calurosas horas al día, no sé cuántos días a la
semana y desconozco durante cuántos meses al año. Se meten en su
papel con la intención de transportarnos a todos los mirones que
allí nos encontrábamos al territorio de spaghetti western. Cuando
la función termina, en el momento de quitarse los sombreros,
despojarse de las botas camperas y del rifle, seguro que los cowboys
se transforman en almerienses de a pie que van a comprar al DIA del
barrio en vez de cultivar el rancho y frecuentan la gasolinera de
turno en lugar de hacerse con herraduras para su caballo. Y claro,
dispersa como suele acostumbrar a estar una cuando no toca, al
compás en el que se celebraba el espectáculo no podía dejar de
interrogarme sobre aquella excentricidad laboral. ¿Imprime carácter
una ocupación de tal calado o por el contrario ni tan siquiera roza
la epidermis? ¿Al entrar en la tasca de su pueblo lo hacen lanzando
duras y esquivas miradas, utilizando monosílabos secos al pedir el
carajillo mañanero? ¿Los paseos por las calles del barrio se
convierten en una demostración de como avanza por la vida, con paso
seguro e indiferente, el feo, fuerte y formal del lugar?
Cabo de
Gata, sureste español. Del desierto al mar sin solución de
continuidad. Después de visitar una de las playas del Cabo me quedan
ganas de más. A la caza de una playa inaccesible (luego no resulta
tanto, pero bueno eso es otro tema) a la que sólo se puede llegar
por mar. Para arribar a la ansiada cala es necesario contratar los
servicios de un curtido barquero que armado de experiencia y
paciencia se dedica a proporcionar dicho servicio a los turistas que
lo invadimos todo. El atezado lobo de mar maneja con soltura y
seguridad la barquichuela haciendo recortes a las olas que se empeñan
en poner interesante la breve excursión. En un momento en que una
ola nos hace dar un buen bote, el marino cambia su gesto impertérrito
confesando al pasaje que el Levante que nos obliga a cabalgar sobre
las ola sin descanso, no le está dejando trabajar este verano puesto
que está empeñado en soplar sin descanso. Ya está. Entre bote y
bote náutico, otra vez se me confunde la atención y abisma la
mirada. ¿Éste halcón de los siete mares al volver a casa se
desprenderá del sabor a sal y aventura tomando una ducha y pensando
en lo mal que está el negocio? ¿Se evadirá soñando en dar caza al
navegante enemigo visitando todas las costas tal y como lo hacía
Rusell Crowe en su navegación de caza y captura del gabacho enemigo?
¿Fantaseará con la llegada de esa ocasión en la que podrá hacerse
a la mar en busca de nuevas tierras a las que llegar después de
innumerables peligros?
Pongo el pie
en la playa y el embrujo desaparece. ¿Serán el cowboy y el marino
quijotes almerienses, románticos aventureros en espera de que se
presente la andanza de su vida, aquella que poder relatar a todo el
que quiera oír, esa que hace posible aguantar una vida gris y
rutinaria? O ¿Simplemente son dos ejemplos más de esforzados
pluriempleados que se buscan la vida metiéndose en la piel de quién
haga falta intentando no acabar con un síndrome de personalidad
múltiple que les extravíe de por vida?
!Ay, ay...
qué ya he llegado a casa y sigo con cara de boba¡
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