Tarde de
julio, vacaciones. Ola de calor africana. No sé qué hacer con mi
cuerpo serrano. Vagabundeo por la casa, quién se atreve a
enfrentarse con el implacable calorazo del exterior. Con precaución
saco la cabeza por la ventana por ver si un vientecillo norteño ha
equivocado su curso y recala en mi barrio ¡Puñetas! el ardiente
Sáhara me da una bofetada asfixiante y se cuela en mi dormitorio.
Aprendo de la escaramuza y cierro persianas, ventanas y practico la
estrategia defensiva vista en el cine: inmovilidad total, me aletargo
con la esperanza de que mis constantes vitales se queden al mínimo.
Ubicada en
el córner más fresco de mi morada y adoptada la posición defensiva
más ventajosa ahora ¿qué? Ocasión de lujo: leo, leo y leo.
Después de un rato, de un buen rato... me aburro. Ya no tengo más
interés por saber en qué puñetero lío se ha vuelto a meter el
prota de la novela, y el libro se me escurre de las manos. Entonces
le doy su oportunidad a la música. Luz tenue (qué remedio),
melodías elegidas, volumen a voluntad... La embriaguez sonora me
dura un rato para caer en el tedio que llega antes de lo previsto.
Idea arriesgada: probaré con la tele. Zapping convulsivo para
convencerme de que no es el momento y no me decido entre meterme en
la vida de una pandilla de petardos/as, conocer el mundo apasionante
de la oruga negra brasileña, participar en una vaquerada por los
ardientes territorios de Texas o esquivar balazos en la
peligrosamente y atractiva Miami !Puaf, qué asquito¡ Cómo va
subiendo el grado de sopor que incluso se me ocurre lanzarme a la
cocina para hacer un bizcocho o similar. Rápidamente lo desestimo,
tendría que batir, amasar, acalorarme con el horno !quita, quita, ni
hablar¡ El caso es que el armario ropero necesita una urgente
operación de reubicación de contenidos que postpongo sine die... y
así va a seguir.
Algo falla.
¿No es el verano la estación del todo es posible, un tiempo soñado
durante el resto del año, una meta que comienza a anhelarse a uno de
septiembre, el periodo en el que todo el mundo está alegre, el
tiempo es perfecto, las actividades postergadas por fín toman
cuerpo, se conocen países lejanos y se crean relaciones exóticas
con las cuales regodearse durante los once meses posteriores? ¿Cómo
entonces puedo estar aquí yo como un monstruo pelón dejando pasar
las bondades de un verano sin igual? ¿De qué forma tan grosera me
aburro como una ostra en roca aislada? ¿Qué actividad apasionante
me ha pasado inadvertida y ahora me resulta imposible reorientar mis
preciados días vacacionales? Vuelvo a mi posición defensiva
inactiva esperando una gloriosa iluminación, aguardando que llegue
antes de que el próximo periodo de apasionante actividad forzosa me
rescate se este espejismo de jubiloso descanso.
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