Y va a ser
verdad. Los pronósticos se han quedado en eso, presagios,
intuiciones, enjuagues de palabras e imaginación. Jordi Soler en su
artículo El futuro decimonónico habla sobre todos los
avances que se auguraban para el siglo XXI y que han
quedado en buenas intenciones mientras seguimos viviendo en un
cuerpo estándar siglo XIX. Simplemente, no ha sucedido lo esperado.
Lo único que nos ha desarmado y sorprendido por correr y avanzar más
deprisa de lo imaginado es la información y el dinero. Pues tiene
razón Soler. Comparto su desilusión, ese vago sentimiento de
saberse estafada, de haberse comido el anzuelo y no poder disfrutar
de los avances e innovaciones que nos iba a deparar el futuro.
Bueno, hay
algo que si hemos conseguido, acelerar nuestro ritmo diario. Yo
personalmente, ejemplar tipo de ciudadana totalmente integrada en el
ritmo de los tiempos, me muevo con la misma rapidez y ligereza que la
información, a la cual alcanzo pero no digiero.
Dentro de mi
vida corriente, mi velocidad de crucero es envidiable y la fórmula
que combina el aprovechamiento de los ratos tontos, con los
necesarios y los convenientes es digna de la
productividad de una empresa nipona. Pues sí, aquí donde me leéis,
corro que me las pelo en un intento por cuadrar el círculo, mientras
no dejo de darme cuenta, yo también, de que vivo en un cuerpo del
XIX, con sus servidumbres, sus necesidades y sus muy aconsejables
paradas técnicas para repostar.
Pues bien, ya me he cansado de correr para llegar tarde, de maximizar energías para luego tener que derrocharlas. Me voy a volver zen. Mañana mismo empiezo a espiar los devanéos de los caracoles y a observar el crecimiento de las margaritas. Ellos no intentan forzar nada, llegar antes o crecer más deprisa ¿para qué? Pues eso.
Pues bien, ya me he cansado de correr para llegar tarde, de maximizar energías para luego tener que derrocharlas. Me voy a volver zen. Mañana mismo empiezo a espiar los devanéos de los caracoles y a observar el crecimiento de las margaritas. Ellos no intentan forzar nada, llegar antes o crecer más deprisa ¿para qué? Pues eso.
Ni tan siquiera a la marcha del moscardón.
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