Un bolso de
invierno. Los bolsos tienen estación. Uno de invierno en nada debe
parecerse a otro de verano. Yo he conseguido un fantástico bolso
negro de invierno. El color es importante. No estoy dispuesta a
comprarme uno de cada tono invernal (gris, marrón, ceniza, negro,
azul marino...) así que recurro al comodín de invierno: el negro.
Poco agraciadado, de acuerdo, pero muy práctico. Vaya, un combina
todo. La calidad de la piel también cuenta. Ni puro plástico, ni
piel curtida de borrego indostaní. Algo suave, agradable al tacto,
que se pliegue y arrugue con elegancia, que se adopte al costado con
desenvoltura. Prenda adaptativa y funcional. También hay que pensar
en la forma. Ni demasido grande, ni demasiado pequeño. Ni severo y
soso, ni con tantos abalarios, chinchetas, cremalleras y remaches que
parezca el saco de un hojalatero ambulante. Con asa corta y con
posibilidad de bandolera, para cubrir cualquier eventualidad. En fin,
se comprenderá que después de tantos requisitos, la localización
del bolso adecuado es un trabajo que requiere capacidad de búsqueda,
objetivos claros y aptitudes resolutivas.
Con el bolso
ya en casa, una vez llevado a cabo el trabajo, mi mirada se para en
el objeto codiciado. Quizás he sido demasiado exigente con la
elección en la que he derrochado un buen número de precidas
energías. Después y todo, un bolso no deja de ser eso, un saco
portatil, una bolsa de material fuerte adapatada al hombro o mano en
el que depositamos todo tipo de cachivaches. El color. Si los hay más
atrativos o meno apetecibles, pero a fin de cuentas nada combinaría
con todo y no variaría la funcionalidad. El azul del profundo mar se
come al marrón chocolate y los grises riñen a gritos con los ocres.
¿Hay que combinar con la ropa, con los zapatos, con el color de los
ojos...? Otro arduo trabajo. Y si pienso en la forma, no hay nada
perfecto. Algunos resultan demasiados pequeños cuando se trata de
hacer un transporte completo y otros grandes, que cumplen con ese
requisito, acaban con el hombro y espalda de la más musculada.
Complejo de porteador. En cuanto al material, no sé ni si quiero
abordar este asunto tan espinoso. Lo asequible, el chollo, se me
antoja plástico fino que se pela, resquebraja o tiñe la ropa sobre
la que descansa. Y claro, siempre me enamoro de quién no debo, de
las más delicadas pieles que no puedo pagar. Un asco.
¿Me lleva a
algún sitio tanta elección? ¿Para qué invertir ni tan siquiera un
minuto de dedicación en la selección del óptimo candidato, si
aunque lo fuera, el hallazgo pleno tendría un dudosa importancia?
Todas las combinaciones posibles en la elección son relativas.
¿Realmente poseo un objeto valioso, un elemento deseado que
contribuye a mi bienestar o mi felicidad será la misma
independientemente del adefesio que me cuelgue? ¡Qué zozobra! ¿Se
trata de uno más de esos centenares de cosas pequeñas que
construyen una vida muelle? Intrascendente, vana, lo sé, pero
plácida. ¿No hablaban los filósofos antiguos sobre la belleza y su
creencia en que lo bello por fuerza tenía que ser bueno, o algo así?
No estoy de prueba, solo tengo una vida. ¿Me haría mal rodearme de
lo bello, lo apropiado, lo perfecto? ¡Qué memez! ¡Todo es tan
relativo! Puñetas, yo estaba hablando de un bolso ¿no?
Sobre esto únicamente certezas, nada relativo, espero....
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