Como si se
tratase de un halago, de un reconocimiento a una buena práctica. Así
he recibido el eslogan que algunos multimedia emplean para recordar
al personal que va en la trayectoria óptima, que progresa
adecuadamente: eres lo que lees.
Espera
un momento. Eres lo que lees,
me repito intentando profundizar en la esencia del mensaje, buscando
el tesoro escondido. Lo primero que viene a mi mente es pensar que
la intención del emisor es complacer al pasivo receptor que traga
todo sin rechistar. Bien, para empezar se te presupone lector, actor
de una actividad valorada socialmente y poco practicada. Se
da por hecho que lo de encadenar palabras en voz baja te nutre, te
conforma como persona, imprime un sello distintivo. Pero, sin acabar
de paladear esta caricia que ha recibido
mi ego, al que siempre le vienen bien las palmaditas, me doy de
bruces con otra perla turbadora: eres lo que escuchas.
Aquí ya empiezo a alarmarme.
Si
me paro a pensarlo un momento y me veo descrita, dibujada, en mis
lecturas y mis escuchas, musicales o radiofónicas, llego a la
conclusión de que padezco una dicotomía severa. No.
Más bien es una policotomía aguda.
Vamos, que viven en mí media docena, como poco, de personajes que se
ignoran mutuamente, que no saben nada unos de los otros, y que sin
pedir el correspondiente permiso, se manifiestan de forma
imprevisible a través de mis lecturas, de todo aquello que ojeo,
devoro o desecho según el caso.
Mi
siguiente pensamiento se ha
dirigido hacia las
consultas digitales que hago,
picoteando de flor en flor,
dejando el rastro de mis personalidades múltiples. No
llego a reconocerme cuando esos buscadores me
arrojan en la cara la última ocurrencia que tuve
hace unos días. Pero la cosa no mejora cuando intentando ofrecerme
un servicio impecable
me
lanzan a la pantalla aquello que se supone me
debe interesar.
Me
quedo sin sangre.
Reclamo mi derecho a ser multipolar, poliédrica o rarita de andar
por casa, sin que ningún ente mediático me intente llevar al huerto
con mensajes bien parecidos.
Oigan ustedes, qué viva la diversidad.
Y me gusta esto, y lo otro...
Boticelli (detalle de Venus) |
San Francisco |
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