En autobús de vuelta a casa. Un
montón de palabras encadenadas flotando a mi alrededor. No quiero, pero escucho.
Diez larguísimos minutos escuchando hablar sobre las bondades de las humildes
albóndigas. Carnes magras más o menos apropiadas; texturas poseedoras de la
conveniente esponjosidad; conveniencia de elegir un determinado tamaño para la
pelota en cuestión; las grandezas de una carne rica en nutrientes; prevención
de abuso en según que casos; grandes posibilidades de acompañamiento
dependiendo de las salsas… Qué derroche lingüístico. Nueve minutos de
redundancia aplastante.
Sin acabar el
trayecto, mi atención se cuela entre dos monólogos enredados. Un par de buenos
mozos se afanan por colar el uno al otro, sus historias respectivas sobre
averías reales o ficticias en sus coches. Uno habla, el otro calla. Cambian las
tornas y vuelta a empezar. Qué diálogo tan ejemplar, podría pensarse. Nada más
lejos de la realidad. Cada uno expone su discurso pero ninguno de los dos
escucha al otro. Se despiden felices después de buen rato, por el desahogo
propio, que no por el ajeno, y que nadie pregunte sobre lo que le acaba de
decir el otro. Monólogos paralelos disfrazados de diálogo. A kilos los escucho.
Estoy en racha
porque antes de llegar a mi destino, descubro un corrito encantador compuesto
por representantes de la tercera edad. En él, reina una señora poseedora de un
tono de voz contundente que, apoyada por tal arma, desgranaba sin compasión uno
tras otro todo tipo de temas. Todo pensamiento, sin previo filtro, que le viene a la cabeza, sale por su boca. Cuando alguien de su rendido público amaga abriendo la boca con la intención de intervenir, la señora sube dos octavas
acabando con cualquier conato de sublevación oratoria. Una demostración fantástica de
verborrea incontrolable.
Me quedado sorda
y tonta después de este trayecto rutinario por el mundo de la comunicación. Si
las palabras que flotan en el aire fueran tangibles, estaría perdida en una
densa niebla de vocales y consonantes sin sentido. Una inmensa cantidad de horas
gastadas en intercambios lingüísticos que malgastan palabras y contenidos;
monólogos emitidos ante un público que no quiere escuchar; avasallamientos
tiránicos de pensamientos vacíos…. ¡qué derroche!
Mareada
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