viernes, 1 de enero de 2016

Minutos de buen feeling

Sin aliento, acabo de ver el último Macbeth de Justin Kurzel. Tanta intensidad me ha dejado exhausta y dolorida. El problema aparece cuando al bueno Macbeth unas “brujas” le pronostican que será rey. Tal vaticinio desencadena la acción que acabará en tragedia puesto que él se va a encargar en hacerlo realidad. ¿Pues no soy yo el varón más valiente y capaz que pisa tierra por estos lares? se pregunta ¿Lo que otro hace no lo haré yo y mejor? Con la cantidad de dignidad que tengo yo entre pecho y espalda… y esa corona no tiene el diámetro adecuado a mi cabeza? Y enseguida viene la Lady a darle el empujoncito que le falta. Que sí, que el rey es un buen rey, que le has jurado fidelidad… pero con lo cacho hombre que tú eres… con lo idóneo que apareces para ese puesto… ¿te va a temblar el pulso por darle la boleta al actual? (todo esto bien dicho que para eso es un Shakespeare)

Bien, ya está Macbeth lanzado a su destino. Ambición desmedida, miedo culpable, locura… Con todas estas pasiones oscuras acaba una fatigadísima. ¿Pero quién le manda a este buen mozo hacer caso a la bestia que todos llevamos dentro, y a la de la Lady? Si es que eso de criar malos humores no trae a cuenta.

Así que aprendiendo en cabeza ajena (para eso sirven los clásicos ¿no?) voy a promocionar el buen rollo, el buen feeling dando un premio, testimonial pero muy sincero. Un reconocimiento digital a las tres historias de pocos minutejos que últimamente han conseguido hacerme sonreír y que me inunde de margaritas.

Sin más pérdida de tiempo. El tercer premio es para el señor y la silla. Un representante de la tercera edad se pasea por toda la ciudad con una silla. Cuando cree que ha encontrado un buen lugar, se para y se sienta a disfrutar del espectáculo ciudadano que toque. Ha perdido el sentido del ridículo, como el resto de sus contemporáneos, y sigue mirando al futuro como un nueva oportunidad.  De la misma manera que El Principito de Saint Exupery no perdía ni un atardecer-amanecer moviendo su silla a lo largo de su pequeño planeta, este hombrecillo establece un lugar de disfrute privilegiado allá donde le place y con la compañía que elige pensando en nuevas posibilidades. (Y me da igual la marca de muebles que se promocionan)
              
El segundo premio es para la niña en la avioneta. Una niñita, bien pequeña, que montada en un avión se ríe a carcajadas cuando el piloto inicia una pirueta de profesionales. Lo que a la mayoría de los adultos nos provocaría pavor, la pequeña lo disfruta de tal forma que es imposible no reírse con ella. Todo el mundo desaparece, para esta niña lo único que existe es disfrutar del momento intensamente y dejándose sorprender por todo. Por favor, un poquitín de esa confianza e inocencia que no sé donde se han perdido. (Y me da igual que vende el anuncio)
                


Y el primer premio es para los anónimos que se apasionan. Asistimos a un puñado de personajes normales y corrientes que se dejan llevar por un momento de sentimiento apasionado. Algo intrascendente pero que procura momentos de felicidad, ratitos maravillosamente corrientes y gratificantes.  Dejarse llevar por la pasión de lo que se hace,  por la vehemencia, por el entusiasmo.  Me gusta hasta el slogan, algo así como la increíble sensación de venirse arriba ¡qué bueno! (Y aquí, nuevamente, me da igual el refresco a vender)

Tres momentos de buen rollo a practicar, porque tanto drama, tanto drama… aunque sea de altura,  me deja acogotada.

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