Una muy buena
noticia, podemos generar nuestros chispazos de felicidad. Autonomía total. Nada
tiene que ver la lotería ni el azar (bueno eso también ayudaría, sería una
memez negarlo) Todo está en nuestra composición química. Es algo que viene de
serie y que podemos poner a trabajar en nuestro beneficio. Y el desencadenante
de esos breves e intensos momentos de felicidad personal se llama: dopamina,
hormona y neurotransmisor para más señas. El desparrame de dopamina que se
produce en nuestros cerebros nos produce placer. Punto. Sencillito y claro.
Científicamente comprobado.
Dos cuestiones
fundamentales. Primero ¿cómo iniciamos el proceso? Sencillo, dando alegrías al
cuerpo y al espíritu. Placeres a nuestro alcance: una buena comida, un revolcón
sexual, ejercicio físico constante, la contemplación del arte, la audición de
la música preferida para cada cual… Asidua de casi todas, genial (y como yo la
mayoría, espero, si no es que una está muerta) Todas esas comunes y corrientes
actividades producen el anhelado subidón que hace que se desborde la dopamina.
Y segundo.
Sabedora de que tengo la llave de mi felicidad ¿qué tengo que hacer para
producir dopamina por arrobas? ¿Debo
comer alimentos ricos en algún mineral? ¿Dormir un número concreto de horas?
¿Reírme un rato todos los días, aunque sea de mi sombra, por aquello del efecto
llamada al buen rollo? No sé. Algo habrá que hacer. Tengo que evitar que se produzca
el desencadenante y me pille con el depósito de la hormona en la reserva y no pueda
doparme como merece la cuestión. No quiero perder ni uno solo de esos subidones
a los que tengo derecho. Voy a derrocharlos. Manirrota e inclemente, cómo si no
hubiera mañana.
No obstante, si
alguien sabe algo sobre la crianza de la dopamina, soy toda oídos.
Mientras, me
preparo para un momento dopamina.
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