Elisenda me ha
dicho: “hay días en que no soporto vivir conmigo misma. No aguanto mis
carencias y mi mediocridad. Lejos de solidarizarme con el resto, lo común me desanima y
tumba. Mis probables capacidades no me alivian y entran en la categoría de
comunes valores a obviar. Mi sensibilidad es suficiente como para apreciar
aquello de lo que carezco y no puedo alcanzar. Incapaz de contentarme con todo
lo que poseo, mi ingratitud se torna en culpabilidad por ello”.
Ella cree que
únicamente está en el camino de alcanzar la felicidad áquel, que como el
antiguo pastor, todo lo desconoce poseyendo la sabiduría del que no pierde la
vida pensando en su razón de ser y se dedica a vivirla. Elisenda no es como el
pastor, malgasta su vida pensando en cómo emplearla de la mejor manera; en
lamentarse por aquello que no puede ser y por tanto no será; en regodearse en
una insatisfacción que emplea sus energías en lamento y no en proyecto. Presa
de una queja real no es capaz de plegarse, de adoptar nuevas formas y
consistencias, de construirse a partir de esa realidad imperfecta que la
modifique y enriquezca.
Y entre lamento
y queja, la piel se arruga. Un buen día Elisenda se dará cuenta de que hay más
ayer que mañana y pensará que la peor manera de vivir una vida es pensando en
hacerlo; que es una mierda querer y no poder;
desear y no poseer; intentar y no alcanzar; no encajar, extrañar,
anhelar. Tic tac, tic tac… ¡Espabila, Elisenda!
A ver si te inspira
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