jueves, 26 de noviembre de 2015

El inconformismo improductivo de Elisenda.

Elisenda me ha dicho: “hay días en que no soporto vivir conmigo misma. No aguanto mis carencias y mi mediocridad. Lejos de solidarizarme con el resto, lo común me desanima y tumba. Mis probables capacidades no me alivian y entran en la categoría de comunes valores a obviar. Mi sensibilidad es suficiente como para apreciar aquello de lo que carezco y no puedo alcanzar. Incapaz de contentarme con todo lo que poseo, mi ingratitud se torna en culpabilidad por ello”.

Ella cree que únicamente está en el camino de alcanzar la felicidad áquel, que como el antiguo pastor, todo lo desconoce poseyendo la sabiduría del que no pierde la vida pensando en su razón de ser y se dedica a vivirla. Elisenda no es como el pastor, malgasta su vida pensando en cómo emplearla de la mejor manera; en lamentarse por aquello que no puede ser y por tanto no será; en regodearse en una insatisfacción que emplea sus energías en lamento y no en proyecto. Presa de una queja real no es capaz de plegarse, de adoptar nuevas formas y consistencias, de construirse a partir de esa realidad imperfecta que la modifique y enriquezca.

Y entre lamento y queja, la piel se arruga. Un buen día Elisenda se dará cuenta de que hay más ayer que mañana y pensará que la peor manera de vivir una vida es pensando en hacerlo; que es una mierda querer y no poder;  desear y no poseer; intentar y no alcanzar; no encajar, extrañar, anhelar. Tic tac, tic tac… ¡Espabila, Elisenda!

                         
A ver si te inspira

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