Somos
fundamentalmente hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. Atendiendo a esa
composición y a los resultados que consiguen esos elementos al combinarse y
recombinarse, me gustaría saber en qué molécula se ha escondido mi inocencia;
en qué lugar del hidrógeno se ha extraviado mi capacidad de admiración; cuál de
ellos se ha quedado con mi creencia en lo imposible. Llevo unos días buscando
todo eso sin éxito. Tan difícil me está resultando la empresa que he llegado a
la conclusión que desde el momento que nací, no he hecho sino perderlos día a
día hasta agotarlos. Puede que cada gota que desprende mi cuerpo lleve diluida
parte de ese equipamiento precioso.
Los eché en
falta hace muy poco, y no después de un momento de iluminación sesuda, sino
mientras veía la última película de Ridley Scott, Marte. Ridley, muchacho, me has propuesto una aventura y yo me he
ido a Marte con Mark Damon. Me lo he
creído todo. La posibilidad de viajar a lejanos planetas, la existencia de
tecnología que haga posible una estancia, la fuerza inquebrantable por no
rendirse, la solidaridad sin fronteras… Me he admirado por proyectos
interestelares que pocos son capaces de imaginar. He bajado la guardia de la
racionalidad molesta y tozuda y he creído que se puede hacer lo imposible.
¿Dónde tengo el equipo
básico para admirarlo todo y creer en lo imposible? Debe estar… en el trastero seguro. Sí, sepultado
debajo de la exigencia de lo cotidiano, el rigor de la realidad, la necesidad
de lo evidente, la conveniencia de lo corriente. Allí está todo aplastujado,
descolorido y maltrecho. Una pena. ¡Para que me digan que no sirve de mucho
perder la vista leyendo y el tiempo viendo películas¡ ¿Cómo sino iba a recordar
lo que he perdido?
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