jueves, 22 de octubre de 2015

Como una niña

Somos fundamentalmente hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono. Atendiendo a esa composición y a los resultados que consiguen esos elementos al combinarse y recombinarse, me gustaría saber en qué molécula se ha escondido mi inocencia; en qué lugar del hidrógeno se ha extraviado mi capacidad de admiración; cuál de ellos se ha quedado con mi creencia en lo imposible. Llevo unos días buscando todo eso sin éxito. Tan difícil me está resultando la empresa que he llegado a la conclusión que desde el momento que nací, no he hecho sino perderlos día a día hasta agotarlos. Puede que cada gota que desprende mi cuerpo lleve diluida parte de ese equipamiento precioso.

Los eché en falta hace muy poco, y no después de un momento de iluminación sesuda, sino mientras veía la última película de Ridley Scott, Marte. Ridley, muchacho, me has propuesto una aventura y yo me he ido a Marte con Mark  Damon. Me lo he creído todo. La posibilidad de viajar a lejanos planetas, la existencia de tecnología que haga posible una estancia, la fuerza inquebrantable por no rendirse, la solidaridad sin fronteras… Me he admirado por proyectos interestelares que pocos son capaces de imaginar. He bajado la guardia de la racionalidad molesta y tozuda y he creído que se puede hacer lo imposible.

¿Dónde tengo el equipo básico para admirarlo todo y creer en lo imposible?  Debe estar… en el trastero seguro. Sí, sepultado debajo de la exigencia de lo cotidiano, el rigor de la realidad, la necesidad de lo evidente, la conveniencia de lo corriente. Allí está todo aplastujado, descolorido y maltrecho. Una pena. ¡Para que me digan que no sirve de mucho perder la vista leyendo y el tiempo viendo películas¡ ¿Cómo sino iba a recordar lo que he perdido?



Y ahora, con la música con la Conga del Fuego (Arturo Márquez) me creo que éste tiene el poder de embriagar sin quemar. Ole, ole…
                      

No hay comentarios:

Publicar un comentario