miércoles, 7 de octubre de 2015

Ciudad peligrosa


La calle es ancha. Camino detrás de una ciudadana que sin previa invitación me incluye en su comunicación. Me hace partícipe, a mí y al resto, de los problemas que tiene con el más pequeño que no come nada y duerme fatal. ¿Para qué necesita el teléfono si su interlocutora la escucharía sin él tal y como estamos haciendo el resto de la ciudad? Me niego a llevar sobre mis espaldas todo el peso del sinnúmero de problemillas de todo aquel con el que  comparto el suelo urbano.

Llueve. Se encienden todas las alarmas. Atontamiento generalizado al volante. Las vías se convierten en un circuito atascado en el que solo hay una norma: pasar antes que  vecino. Desde esas cápsulas de anonimato mal entendido, sólo se adivinan miradas a cuchillo. Sálvese quien pueda.

Los primeros vientos. La floresta se ha vuelto, también, hostil. Paseo bajo los castaños del parque. Están preciosos y asesinos. El norte húmedo los bambolea y recibo en mi cabeza un bombardeo de castañas que me obligan a huir

Anochece. Se degrada la luz y aproxima el relax. A tomar viento la magia. Como si de vampiros visuales se tratara, despiertan los neones que agreden mi subconsciente colmatándolo de mensajes de importancia intrascendente que me emborrachan. Cierro los ojos y me atonto.


¡Estoy buena para nuevayores!

Mira, este sí me gusta


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