Se me han
perdido las vacaciones del próximo año. Si alguien las encuentra que no dude en
avisarme. ¿Dónde estarán? Sí, esos días que hasta ayer parecían infinitos; valiosos
no por cómo se ocupan sino por lograr romper la rutina; plenos de posibilidades
aunque no abandonaran el universo de los posibles y no se materializaban; flexibles
y adaptables en todas y cada uno de sus horas; teñidos de holganza y reposo; un
puñado de jornadas para malgastar de la forma más deliciosa que a una se le
ocurra; ratos y ratos de actividad frenética improductiva; minutos
cuidadosamente almacenados para ser desperdiciados. Pues bien, acabado,
consumido, pura historia.
Y aquí estamos de
nuevo. Ya ni el más pintado está de vacaciones. Por delante tengo 89 días de
otoño, otros tanto de invierno y por el estilo de jornadas primaverales hasta
poder llegar, otra vez, al verano, veranito. ¡Qué vértigo! Me afano en
buscarlos, en dar con ellos, en planificarlos o dejarlos que se sucedan uno
detrás de otro a su libre albedrío.
Mientras tanto
¿qué? Pues nada, eso, lo demás. La bendita rutina que aplasta y achata la
creatividad a la vez que tranquiliza y da confort. Quizás me venga bien una
sobredosis de realidad rutinaria para luego poder paladear hasta saciarme, los futuribles días espontáneos. Bien, perfecto, espero. Pero ¿dónde estarán mis
días del próximo verano?
Mientras espero,
me quedo con algo bueno de la que ya está aquí.
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