Tengo la cabeza
cosida a balazos. Pequeños agujeros por los que fluye sin remedio memoria,
concentración, sosiego. Diminutos, medianejos o grandes boquetes causados por
una ingente morralla de insignificantes cosas cotidianas de las que no se puede
huir. Son un mal sueño del que no puedes escapar. Sin darte cuenta pasan al
estado “on” y la única forma de evitarlos es cumplirlos. A las nueve la agenda
está vacía, inmaculada, promesa de un encantador vagabundeo ocioso. A las diez
empiezan a aparecer los primeros signos de incordio. Los avisos de pequeñas
tareas que no hay que hacer ya ¡uf, bien! pero que si no son atendidas a corto,
no van a desaparecer a medio ni a largo plazo. No. Se instalarán en la neurona
activa que poseo, ocupando un espacio precioso, molestando a cualquier amago lúdico que se asome, dando
codazos para desalojar los escasos instantes de paladeo común y corriente. A las
siete ya podré hacer listas de prioridades insignificantes y las nueve las
habré distribuido en varios días como
una medicina que debe ser dosificada para su correcta asimilación. Las pospongo, ordeno, reubico. Así parecen
menos molestas. Pero ellas siguen allí, infatigables en su persistencia ¡qué
latazo!
Soy una Sísifo urbanita
empujada diariamente a solucionar problemillas de medio pelo, memeces sin
cuento, menudencias sin importancia con la ufana alegría de haber podido haber
hecho una bola con todos esos incordios cotidianos y haberla empujado hasta la
meta, para comprobar al otro día, que hay un nuevo cargamento dispuesto a
dejarse llevar nuevamente a lo más alto.
No sé cuándo
fiché como solucionadora de pequeñeces ineludibles, si yo había encargado
para mí una misión brillante en su planteamiento, arriesgada en su realización,
gloriosa en sus resultados. La petición fue apasionada y ambiciosa: dar
ocupación a mi neurona resolviendo encargos como el Teorema matemático de Fermat, la cura del cáncer o dar con el elixir de la eterna
juventud. Ni idea de dónde se ha
producido el error, pero aquí me
encuentro, aplastada sin remedio por la cotidianidad tontuna. ¡Ole y ole!
¡Socorro!
Anda, aquí por lo menos las cosas pequeñas sirven
para algo…
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