jueves, 30 de julio de 2015

¡Qué rato más majo!

Me convencí a mi misma de que necesitaba un par de cosas para tener la excusa perfecta que me encaminara a uno de los grandes almacenes de mi ciudad. Nada más atravesar el umbral, perdí el sentido de la realidad, de la proporción, de la medida. Un mundo aparte enclavado en el centro de la urbe.

Los primeros pasos me llevan en un viaje de 4 segundos a las frías latitudes nórdicas dejando atrás, con verdadero placer por mi parte, los rigores de las calles hispanas abrasadas. Inmediatamente después, recibo una bofetada olorosa que emborracha mi pituitaria con perfumes intensos y galantes que no soy capaz de mientras el agua de colonia me transporta a una campiña francesa salpicada de flores silvestres. No me sitúo pero me dejo llevar con sumo placer. Tomo una escalera mecánica y desemboco en un espacio inmenso dedicado a todo tipo de tejidos. Lo reconozco, manoseo y toquiteo todo.  Los ásperos linos, los ligeros algodones, la seda suave que se escurre entre mis dedos y no consigo empatizar con el sintético suave de la lycra, y como todavía hay rebajas, me pruebo una prenda de lana confortable que ya empiezo a necesitar con la temperatura reinante.  Hace ya un ratito que siento un zumbido en los oídos que entorpecen mi experiencia sensorial de hoy ¡Qué mema! No me había dado cuenta de que la empresa, velando por sus queridos clientes, nos regala avisos constantes sobre las grandes oportunidades que pone a nuestro alcance y que de ninguna manera debemos desoír.
¡Ay! Qué mi estómago comienza e emitir sonidos que se mezclan con la megafonía. Rápidamente me voy a la zona del supermercado. Mis papilas gustativas, que tienen más memoria que la neurona que crío con mimo y dedicación, ya disfrutan ante los estantes llenos de las grandes delicatesen que nos ofrece el cerdito hispano y anticipan los placeres que crecen en las huertas vecinas. Vuelvo a ascender por el edificio y desemboco en la zona de baño, apropiado para estas fechas. Ya tengo la guardia baja, pero acabo de sumergirme en un cuadro de Matisse. Bikinis y bañadores compiten con un colorido furioso. Rojos encendidos, rosas flúor, amarillos eléctricos, verdes centelleantes, naranjas fosforescentes, azules infinitos… cuando consigo desviar la mirada de este despliegue que hubiesen hecho palidecer a los fovistas, estoy absolutamente mareada. No sé cuánto tiempo llevo en este mercado persa occidental, en este centro temático del consumismo. Han podido pasar horas, días. He caído rendida ante el embrujo del marketing de última generación, y ante tal esfuerzo sensorial he quedado rendida.

¡Necesito ayuda! ¿Hay alguien ahí? Al igual que uno de esos personajes de El angel exterminador de Buñuel que llegaban a la puerta y como víctimas de un embrujo, no podían salir de la casa en la que se encontraban, así me encuentro yo, plantada en la puerta de salida. Mientras lo intento mi cabeza gira inconscientemente hacia un lado y veo en una de las televisiones a la venta un fantástico documental ¡estoy perdida! ¡Socorro!

        

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