Prodigioso.
Lo veo con mis propios ojos y no doy crédito. Varón, mediana edad y en aparente
buen estado de revista. Inicia la marcha saliendo de un ceda al paso,
conduciendo el volante de su coche con una mano, mientras que con la otra sujeta
el teléfono móvil. Entretanto, mantiene una animada charla con un interlocutor
ausente en el escenario y lanza al aire volutas de humo de un cigarrillo que
sujeta con sus labios. Bien, volante, palanca de cambios (el coche no es
automático) y cigarrillo manejado con sutil destreza mientras que su pies
presionan el acelerador lanzando el coche hacia delante y su cabeza asiente
divertida al último chiste que le debe estar contando algún colega.
Impresionante, es el hombre orquesta.
Y
claro me quedo embelesada ante el hombre multitarea. De qué manera tan graciosa
atiende a las exigencias de la jauría del tráfico urbano mientras dedica la
mayor de las atenciones al interlocutor fantasma. Con qué desenvoltura mantiene
la sonrisa encantadora mientras el pitillo oscila en su boca asintiendo a la
vez que su dueño y esparciendo ceniza en un radio de acción cada vez más
amplio.
Está
más que comprobado que nacemos con un pack de habilidades y capacidades que
desarrollamos o dejamos que se oxiden según gusto o conveniencia del poseedor.
Algo se puede hacer, tampoco milagros, no nos engañemos. Cuando la herencia
genética reparte dones y bondades y ese día no llegas a tiempo... a jorobarse, te quedas con lo que va quedando, con los
restos, con potenciales mermados.
Necesito
ayuda. Alguien que empatice conmigo o
que se reconozca en mi incapacidad, porque el
mundo es tan injusto que escuece ver pasar de largo equipamientos exitosos tan
aleatoriamente repartidos.
¿Hay alguien ahí?
Mientras llega, leo...
“Queremos cantar el amor al peligro, al
hábito de la energía y a la temeridad.
Queremos alabar al hombre que tiene el
volante, cuya lanza ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella misma por el circuito
de su órbita.”
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