Hay un tipo de
villano que vive emboscado tras una sonrisa perenne, escondido tras ademanes
felices que invitan a la relación afable. Es una alimaña que cría acólitos,
cosecha voluntades y reúne partidarios totalmente rendidos ante un don de
gentes perfectamente impostado. Es el alma de las fiestas, el pegamento de las
reuniones, espíritu de todo cochocho, aquél individuo que queda bien en todo decorado. Esa bestia parda disfrazada de oso amoroso
espera agazapado en su cubil, y como la araña, aguarda que una pieza jugosa caiga en su red. Cuando comienzas a verle una
mueca agria, una mirada esquiva o un mal gesto delator, es demasiado tarde: sur
red pegajosa te ha impregnado. El tiempo que se tarda en ver su verdadera naturaleza,
es el que emplea en acabar de hacer
contigo el conveniente paquete necesario para ser deglutido.
Y bien,
desenmascarado el sinvergüenza, una vez que tienes el puñal clavado hasta el
esternón, ahogado en nuestra buena voluntad ¿qué haces? Con el getas de manual
no cabe la indiferencia, hay que actuar, la cuestión es cómo.
Una posibilidad
es tomar una jarra de tila, echar mano de la razón y acabar con el vampiro
social a golpe de conversaciones, diálogos, intentos de razonamiento,
recordatorio de testimonios, alegación de pruebas, llamadas a los pactos de
honor, juramentos realizados de viva voz, compromisos adquiridos… y esperar que
en ese momento, le sobrevengan los cinco minutos anuales de avenimiento.
Otra vía es
aquella en la que actúas con las mismas armas. Sin desperdiciar las ocasiones
de sacar ventaja, actuar allá donde más daño se va a hacer al adversario, no
pensar en cómo quedará el otro tras nuestro eventual triunfo y pensar en todo
momento que es lo nuestro lo que defendemos y que el lobo con piel de cordero
únicamente piensa en ganar, jamás empatar. ¡Ay, ay, ay… qué me estoy pasando al
lado oscuro de la fuerza!
¡Ánimo!
Para coger energía
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