jueves, 17 de diciembre de 2015

¿Cómo se combate al sinvergüenza?

Hay un tipo de villano que vive emboscado tras una sonrisa perenne, escondido tras ademanes felices que invitan a la relación afable. Es una alimaña que cría acólitos, cosecha voluntades y reúne partidarios totalmente rendidos ante un don de gentes perfectamente impostado. Es el alma de las fiestas, el pegamento de las reuniones, espíritu de todo cochocho, aquél individuo  que queda bien en todo decorado.  Esa bestia parda disfrazada de oso amoroso espera agazapado en su cubil, y como la araña, aguarda que una pieza jugosa  caiga en su red. Cuando comienzas a verle una mueca agria, una mirada esquiva o un mal gesto delator, es demasiado tarde: sur red pegajosa te ha impregnado. El tiempo que se tarda en ver su verdadera naturaleza, es el que emplea  en acabar de hacer contigo el conveniente paquete necesario para ser deglutido.

Y bien, desenmascarado el sinvergüenza, una vez que tienes el puñal clavado hasta el esternón, ahogado en nuestra buena voluntad ¿qué haces? Con el getas de manual no cabe la indiferencia, hay que actuar, la cuestión es cómo.

Una posibilidad es tomar una jarra de tila, echar mano de la razón y acabar con el vampiro social a golpe de conversaciones, diálogos, intentos de razonamiento, recordatorio de testimonios, alegación de pruebas, llamadas a los pactos de honor, juramentos realizados de viva voz, compromisos adquiridos… y esperar que en ese momento, le sobrevengan los cinco minutos anuales de avenimiento.

Otra vía es aquella en la que actúas con las mismas armas. Sin desperdiciar las ocasiones de sacar ventaja, actuar allá donde más daño se va a hacer al adversario, no pensar en cómo quedará el otro tras nuestro eventual triunfo y pensar en todo momento que es lo nuestro lo que defendemos y que el lobo con piel de cordero únicamente piensa en ganar, jamás empatar. ¡Ay, ay, ay… qué me estoy pasando al lado oscuro de la fuerza!

¡Ánimo!

                                                
Para coger energía

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