jueves, 20 de agosto de 2015

La mirada madura

Ha llegado el momento en el que no veo nada claro. No hay nada nítido, todo se me presenta borroso. Los rostros se me antojan distantes, desdibujados y por tanto intercambiables, insípidos, iguales. Necesito un acercamiento que disipe mis dudas y me dé la pauta de quién es quién. Los paisajes y espacios que me sitúan en el mundo son volúmenes, figuras geométricas sin aristas, coloridas manchas que prometen un entorno organizado y conocido que no consigo discernir.

Y si mi objetivo son las cosas menudas, mi situación no mejora. En las distancias cortas, allí donde el detalle marca la diferencia, donde lo chiquito adquiere gran dimensión, no consigo una imagen clara.


Un desastre. Ni lo grande ni lo pequeño; ni lo cercano ni lo lejano. Voy a aprovechar el momento optimista en el que me ha pillado esta reflexión, y que es un plus  que brinda la veteranía, el paso del tiempo, la madurez, invitándome a fijarme en el todo y no solo en la parte, a generalizar y no perderme en el detalle, relajarme en la búsqueda de la precisión, a ser indulgente y buscar lo común y no lo diferente. Pero, lo cierto es que soy una miope con presbicia y eso no hay quién lo remedie. 

¿Me frustro o me resigno? ¿Hay algo bueno en ver a bulto, sin entrar en menudencias?
¡Socorro,una solución¡


Estética de lo difuso
Lus Azanza



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