miércoles, 27 de marzo de 2019

Quizás


Mientras el altavoz anuncia con tono cantarín las bondades de la leche del país, empujo hacia la caja el carro del supermercado mirando en ambas direcciones y esperando no haber olvidado nada. Alcanzo la altura de la cinta, donde volver a sacar todo lo comprado, pagar y volver a meterlo para poder volver guardarlo en el coche y posteriormente, ya en casa, volver a sacarlo. En ese momento,
una señora delante mía, reacciona furibunda con un grito y un improperio ante la caída de una botella de plástico que se rompe en la caída. Después de una lluvia de quejas desproporcionadas, su ira se dirige hacia un señor que había depositado la botella en la cinta y, al moverse ésta, se había caído salpicando el pan de la femina gritona. El estupefacto caballero acaba por contestar airado a la hidra vestida de leggins poniéndose a su nivel y convirtiendo la compra semanal en un barrizal dialéctico.

Una vez en el coche, con la compra bien asegurada en el maletero, me dirijo a casa. Pasados unos minutos de conducción inicio la deceleración ante un semáforo amarillo-casi rojo, ese color ambivalente que tan frecuentemente invita al pecado. La opción elegida por mi compañero de carril parecer ser la misma que la mía. En ese mismo instante aparece una distraída treintañera que inicia el paso, cuando mi compañero parece cambiar de opinión y suavemente, como si nadie fuéramos capaces de ver la maniobra, continúa la marcha. La muchacha reacciona con un gesto de sorpresa y enfado que se materializa en una lindeza castiza que no voy a repetir. Es entonces cuando el conductor responde parando unos metros más adelante, sacando la cabeza por la ventanilla y respondiendo con vocabulario de nivel académico chabolista su particular interpretación del código de circulación. Los segundos que median entre el rojo y el verde del se convierten en una competición de ademanes para adultos.

Pero cuando ya estoy llegando a casa veo apostada en una esquina, una pareja de veinteañeros que, abrazados como si no hubiera mañana, se están dando un beso de los que te reconfortan con el género humano. Carpe díem.





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