Es
insensible a todo. Funciona con una lógica
apabullante y una indiferencia desconcertante. No está en su
naturaleza considerar situaciones o reaccionar de forma instintiva
guiado/a por
necesidades o situaciones gratas.
El mar, la mar, curiosa ambivalencia,
existe y actúa según sus reglas, flemático/a
e insensible a lo que opinemos o deseemos el resto de las criaturas
de la creación.
La última constatación,
nada reseñable por otra parte, la he tenido estos
días paseando por las orillas del
Cantábrico al observar
su actuación aliado con la geografía el lugar. Observo el
agua en movimiento sabedora de que este
mar, como todos, es insensible a sus espectadores y me sigo admirando
por la determinación que demuestra en su tarea de ir y venir cada
seis horas. Muy
cerca de una marisma, con un café y un libro, levanto la vista de
cuando en cuando únicamente para constatar la determinación de este
vaivén suave que se acerca y se
aleja de mí. El baile se produce tranquilo.
Es un jazz de piano y voz. Casi ni lo percibo pero ahí está,
alejándose para dentro de un rato volver. Cada seis horas de cada
día, de cada semana, de cada mes, de cada año… Me mareo. Es
inmune al muelle construido, el paseo ampliado o a
la marisma modificada con el último
temporal. Subirá y bajará inalterable, sereno, inmune.
Su actuación en la playa es similar pero se
percibe distinta. Las olas, que se atropellan por subir y bajar unos
centímetros cada vez, forman un tumulto que los días de viento,
cuando el mar parece estar enfadado, aunque no lo está, no puede
estarlo, crean un escándalo
sonoro que me desconcierta. ¿A qué semejante alboroto? Soy
sensible al clamor y el aparato, el
mar no, simplemente va y viene con una
tozudez impropia de su naturaleza.
La ostentación de fuerza se produce cuando,
asomada a un acantilado, compruebo como ese mar, en ocasiones
apacible y otras bullicioso, se empeña en manifestar
su fuerza realizando una demostración ostentosa de su
furia estrellándose
contra las duras rocas del precipicio. Furia
y fuerza arremetiendo contra la piedra
que aguanta cada embestida
haciéndose merecedora
de semejante desafío. No es cierto, el mar
no se obstina en nada. Ni tan siquiera es
consciente si se estrella contra la roca, inunda suavemente
la marisma o juguetea ruidosamente
en la playa. Sencillamente, llega
para poder irse. Hora tras hora, día tras
día, año tras año, siglo tras siglo… Ante tal espectáculo de
grandeza indiferente, imperturbable,
inconsciente, me
hago animal que sólo contempla.
Marina Les Saintes Maries. Van Gogh |
La mer.
Debussy.