Hace un par de años, deseando cambiar el ritmo de las vacaciones de playa y jajas, asistí en Santander a un espectáculo del Ballet Nacional dirigido por Antonio Najarro. La primera parte me pareció fantástica, flamenco con un aire fresco y nuevo que abría nuevas posibilidades. A la tradición se le lavaba la cara con un resultado inesperadamente radiante. Sobre la técnica de bailarines y bailarinas, junto con el resto de profesionales que hacen posible un espectáculo de esta envergadura ni comento, acreditan su talento consiguiendo que aquello que es un arte difícil de realizar adopte la apariencia de algo que fluye con naturalidad. Lo que verdaderamente me complació es la mezcla conseguida al conjugar creatividad y tradición. Es flamenco, es escuela bolera y también es algo más. La creatividad sin límites ni corsés.
Este
mismo milagro ocurre en muchos ámbitos artísticos, sin él no se
puede avanzar ni encontrar nuevos caminos. La música está plagada
de ejemplos. Sin alejarnos de los aires flamencos se puede recordar
algunos de los primeros piropos que recibió Camarón cuando
decidió salirse del camino trillado, que él como nadie era capaz
de interpretar, para llevarlo a otra dimensión. Y no salgo del campo
musical para agradecer infinito a Vinicius de Moraes y a Antonio
Carlos Jobim por haber dado a luz la bossa nova, ese estallido de
sentimiento ritmado a través de la música brasileña y el jazz. Y
si nos fijamos en el ámbito de lo gastronómico que lleva camino de
llegar a los museos a través del estómago, ¿cómo poner en tela de
juicio las bondades una comida con una recua de estrellas michelín?
Muchos/as me dirán que como la comida de la abuela no hay nada. Ya
se sabe, buenos productos, excelente hechura y generosa cantidad.
Nada que objetar pero es innegable que la cocina que pinta cuadros en
el plato, consigue texturas infinitas y uniones imposibles, invita al
disfrute por su calidad sí, pero sobre todo por su creatividad,
aquella que abre sendas insospechadas que nos sorprenden mientras nos
deleitan.
Pues
bien, he sentido la misma sensación de sorpresa y fascinación al
admirar una pequeña obra maestra presentada en el último Mundialito
de Miniaturas celebrado en Leganes, presentada por “La Liga Norte”, un
grupo de esforzados artistas. El mundo de las miniaturas recrea personajes históricos, anónimos o no, con absoluta
verosimilitud. Con su fidelidad a la realidad histórica y su
maestría elevan esta afición, a penas conocida, hasta el rango de
arte. La pieza que me ha llamado poderosamente la atención,
reproduce a un par de centuriones romanos dentro de un vagón de
metro que miran pasmados un cartel que anuncia el evento del que
forman parte. Están desubicados, viviendo una realidad y un momento
histórico que no les pertenece, tomando conciencia de su propio
extrañamiento mientras observan el cartel. Inmediatamente te pones
en su lugar. Compartes su extrañeza divirtiéndote mientras intentas
adivinar la conversación que pueden estar teniendo los dos recios
militares en perfecto latín mientras se encuentran en el metro de Madrid. Si una de las ambiciones que persigue el arte es transmitir,
compartir, una escena así te lleva irremediablemente a compartir la
situación con sus protagonistas. Esto no es nada fácil
de conseguir. Se requiere oficio, maestría, imaginación y mucha,
mucha creatividad. Para avanzar por los derroteros de lo artístico
es necesario beber de la tradición y aprender de los maestros para
poder así abrir nuevos caminos y crear interpretaciones personales.
Si la creatividad y lo nuevo no aparecen se pasea indefinidamente por
los caminos trillados que otros ya transitaron. Bien es cierto que se
corre el riesgo de no ser comprendido. Los pintores impresionistas
tuvieron que realizar exposiciones paralelas a la oficial del Salón
de Paris puesto que dicho ámbito pictórico no entendía el camino
rompedor que apuntaban estos innovadores de la luz y el color.
Tampoco Braque y Picasso fueron mundialmente aplaudidos desde el
primer momento cuando el segundo pintó Las señoritas de
Avignon, poniendo aprueba la imaginación del público de
principios de siglo XX. No obstante, la producción creativa
requiere abrir nuevos caminos, sobresaltarnos, ponernos a prueba,
sacarnos del tedio y ofrecernos nuevas posibilidades. Si hay alguien
que no lo ve, estará, sin duda alguna, perdiéndose una de las
facetas más poderosas del arte.