jueves, 22 de diciembre de 2016

El pendiente

Hace un mes perdí un pendiente. Precisando, la parte noble del pendiente, aquella que queda a la vista de todo el mundo y que da la oportunidad al personal de emitir juicios sobre el gusto personal de cada cual a la hora de colgarse de la oreja cualquier cosa. El resto, la parte esforzada y nada reconocida que no se ve, quedó pegada a la parte posterior de mi oreja. ¡Mi pendiente,un pedacito de madera oscura ribeteado por un festón de plata! Ningún valor económico pero sí sentimental. Me di cuenta de la pérdida en casa y pensé que no andaría lejos puesto que parte de él estaba todavía conmigo. Eché un primer vistazo perezoso y distraído por el suelo de la habitación. Nada. Seguro que estaba debidamente oculto a mi pereza por poner patas arriba todo en su búsqueda. Lo abandoné dejando para más tarde el rastreo del adorno. Un par de días después, reinicié la búsqueda sin éxito y tras un rato de contorsión corporal en el intento de llegar a rincones del hogar que no frecuento y de agudizar la vista emulando a los rastreadores, consternada y extrañada a partes iguales, coloqué la parte viuda del pendiente en un lugar visible a modo de recuerdo de la tarea pendiente.

Dando un corte de mangas al sentido común y poniendo a prueba mis creencias en el azar y el destino, pasado un mes, he encontrado el pendiente. Pero no, no estaba en una zona innota o desusada de mi casa, estaba en la calle. Hay un pequeño paseo que suelo recorrer diariamente con mi madre muy cerca de casa. Mismo recorrido, similar hora... rutina doméstica. Pues bien, allí estaba mi pendiente, en el suelo, en un extremo de la acera, orillado, solo. Maltrecho, doblado, herido. No lo podía creer. ¿Qué posibilidades había de que encontrara mi pendiente en la calle después de un mes? Practicamente nulas. Pues bien, allí estaba, esperando a que yo lo encontrara, oculto a miradas ajenas e intentando quitarse de encima hojas y ramitas que lo ocultaban cuando yo hacía mi paseo diario. Durante varias semanas estuvo captando un rayo de sol que rebotara en su banda plateada, lanzando una llamada luminosa, acaparando gotitas de lluvia que espejaran un brillo... intentando lo imposible por captar mi atención.


Mi pendientín no se ha dado por vencido. No ha desesperado ni un solo día en su intento por volver a mi mientras se ocultaba a las miradas del resto. Sin pensar en un horizonte de probabilidades adverso ha perseverado igual que los niños que no conocen lo imposible. Una voluntad de hierro, una estrategia concienzuda y bien ejecutada y un pellizco de buena suerte. Mi querido pendiente. Él que fue elegido entre muchos, fiel compañero durante mucho tiempo, adorno pequeñín sabedor de su poca valía pero poseedor de todo mi cariño, él se sabe insustituible. Hoy está por fin de vuelta en casa. Después de una rehabilitación que le ha devuelto su antiguo brillo y lozanía ya luce orgulloso en mi oreja sabedor de que es mi joya más preciada.



  
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La chica de la perla
J. Vermeer

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