Pintan
bastos y el cielo es ceniza. Las gotas que comienzan a caer son frías
como el aluminio. El viento que arremolina ramas y papeles se lleva
la armonía y los escasos refugios que a fuerza de tiempo y cesiones
Elisenda ha construido.
Pintan
bastos y lo que mantenía un color verde manzana muda y se transforma
en el gris que anuncia la caducidad. Ella intenta ponerse las gafas
de color promesa pero se encuentra con un cristal roto.
Pintan
bastos y las certezas se erosionan mostrando las líneas de la grieta
que se traga todo. Se abre la boca del abismo de las dudas. Elisenda
se pregunta si ha visto únicamente lo que quería y no lo que
realmente había.
Pintan
bastos y la sensación de error permanente se le apodera. Sí, un
bucle constante que se retroalimenta con el primer descuido y a
fuerza de repetirse adquiere apariencia de acierto. Una caracola que
no presenta su verdadera cara hasta que adopta la perspectiva
adecuada.
Pintan
bastos y se pone caro mostrarse altruista cuando las tripas piden
revancha. Elisenda camina entre la animalidad o el olvido para
digerir el sabor agrio que le invade.
Pintan
bastos y no hay refugio donde lo había. Los lugares balsamo que
permanecían como constante faro se desmayan.
Pintan
bastos y Elisenda se desahoga.
The laundress Toulose Lautrec |