Mi querido astro rey: aburridita me tienes. Estoy por pensar que en
la trayectoria fija de tu paseo anual, juegas intentando demostrar
que como jefe que eres haces lo que te viene en gana. Aún
conociendo bien el historial de tus desplantes (hoy salgo pero no
caliento..., mañana ni aparezco..., pasado achicharro al personal
porque sí... ) no me acostumbro a tu falta de tacto y sentido de la
oportunidad.
En nuestro afán humano por controlarlo todo y pensar que algo en la
Naturaleza nos obedece, nos hemos dotado de un calendario para
transitar de una estación a otra con todo rigor y seriedad. Absoluta
certeza en el minuto en el que con tu caminar fijo nos haces cruzar
entre solsticios y equinoccios con tajante fiabilidad. Nosotros
apuntamos, y a por la siguiente estación. Pero claro, este vaivén
no es tan sencillo de experimentar y en demasiadas ocasiones requiere
de una adaptación que en mi latitud me niegas con mucha frecuencia.
Datos. Veinte días antes de acudir a la cita del solsticio, no sé
que te ocurrió que apareciste con una furia digna de los días más
agotadores de la canícula. Entonces yo, asomo la cabeza por la
ventana y viéndote en todo tu esplendor pienso: bien, ya está aquí.
Como mujer disciplinada que soy, muevo, organizo, desempolvo, pongo a
punto el armario ropero que cambia de color y aspecto en esta época,
otra vez. Trasiego de textiles, la feria de la ropa de temporada (qué
fácil debe ser vivir en el trópico) Después de dar la vuelta a casi
todo para que todo quede igual, tal y como estaba el año pasado por
estas fechas, cumplo con el deber no escrito de ponerme a tono con
el calendario y con tu visita. Cuatro días sofocantes y al quinto...
desapareces. Me quedo a la expectativa. Una broma, un amago. Nada de
eso. Ni idea de quién te ofendió, pero está claro que diste la
media vuelta y entramos en un prórroga de invierno fuera de lugar.
Quince días de una frescura digna de un invierno con toques de aire
norte fresco de narices que sentó de forma fantástica a mi indumentaria
veraniega (recuerda que ya había hecho el tránsito estacional,
además de verte me lo había ordenado El Corte Inglés). Aguanté
como pude hasta que por fin, alguien te debió dar el toque por ahí
arriba, debiste mirar el calendario y acudiste a la cita del
solsticio. Celebración por todo lo alto. Llegan los días
kilométricos y con ellos el calorcito que tú nos traes ¡qué nos
lo hemos ganado, eh! Pues bien, aquí estoy, después de dos días
de estreno, aplanada por un calorazo (34º C) para el que no he
tenido tiempo de aclimatación y temerosa de que alguien o algo te
ofenda dentro de dos días y desaparezcas nuevamente.
Astro poderoso y vivificador, ser enérgico e implacable, un poco de
compasión. Mi cuerpo animal tolera mal, muy mal, el pasar en tres
días de los 10º C raquíticos a los 35º C avasalladores. Hablo por
boca de todos los sapiens de la latitud que habito, fuertes por
obligación y cabreados de vocación, ¡avisa! Danos leves toques
advirtiéndonos de tu llegada, y luego cuando te vayas, poco a poco, con elegancia, para que te echemos de menos con cariño. Yo no puedo más. Todos los
años lo mismo. Estoy por pensar que no te importamos nada o que ni
siquiera sabes de nuestra existencia. ¡Pena de situación!
A modo de ofrenda propiciatoria